nombre y apellido

Ángel Alarcón

En el primer tramo de este diciembre venal, que nos hostiga con fríos y calimas que se alternan sin avisos, despedimos a un hombre bueno en la mayor extensión y con todos los valores del término. Por esa razón se rompió la calma de la tarde marinera y se hicieron chicas la plaza y la iglesia para acoger al gentío que siguió su emotivo funeral. Compartimos con Ana González-Zaera, su esposa, con Ana Julia, su hija, con sus ocho hermanos y su amplia y desconsolada familia las primeras nostalgias que dejan tras de sí las personas decentes que, sin exigencias ni petulancias, a fuerza de generosidad y optimismo, entran en nuestras vidas como un bendito regalo, que se prolongará como nuestra memoria. Ángel Alarcón Prieto (1954-2015) acreditó la innata cualidad de sembrar y cultivar afectos gracias a una sinceridad radiante, a un sentido común de tanto peso y calado que le valía para resolver un complejo problema jurídico, una cuita cotidiana y un percance técnico o mecánico. Andaluz de raza, fundió la chispa y el relámpago mental del sur con el senequismo suavizado por la tolerancia e indulgencia, que sólo aplican los seres realmente libres y respetuosos con los derechos de los demás; canario por voluntad decidida, se integró en los ambientes insulares con la naturalidad sin impostura que desarma cualquier reserva o reticencia territorial; lo sentí paisano en La Palma, en el tempo propio que aplaza las prisas pero no las tareas en aras de la convivencia amable; y en Tenerife, en un ritmo más acelerado pero con el premio del mar, después de sus Anas, su amor, su amor infinito. En una etapa de intensa y filantrópica actividad espiritual -una excepción en la astenia y depresión del crack económico y el desencanto ciudadano- ratifiqué su hondo compromiso social, que ejerció mientras tuvo tiempo y fuerzas, y su amor por el arte en todas sus manifestaciones. Alfonso Cavallé, su colega más próximo, no encontró mejor ni más responsable factor en los empeños culturales que, por primera vez y con heroica continuidad, promovió el Colegio Notarial. Añoro ya su bonhomía, decencia y talento, su humildad, entusiasmo y alegría, su valor sin fisuras en las horas difíciles y en la lucha contra la enfermedad y, por encima de todo, la devoción por su admirable familia, que participa plenamente de sus valores, la fidelidad con sus afectos y la ternura sin melaza que derrochó en el trato con todos; la ejemplar naturalidad con la que estuvo entre nosotros y está para siempre en el recuerdo agradecido, “la evidencia de la inmortalidad”, que dijo un sabio.