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Las barberías

Me he dado cuenta que el papel que desempeña quien te corta el pelo es similar al que tienen las vírgenes y los santos para los creyentes. Llega el momento que te pones totalmente en sus manos y puedes esperar hasta algún milagro de su parte. Además, le sueles profesar una incontestable fidelidad. Siempre me gustó la denominación antigua de barbería y a ellas asocio el penetrante olor de la loción para después del afeitado marca Floid. También sería bueno recordar que, históricamente, era el lugar favorito de la Mafia, para quitarse de en medio a quien fuera menester, aprovechando ese momento de relax con una toalla caliente cubriéndote el rostro.

De la primera que tengo recuerdos es de la Barbería de Antonio, que estaba en la Rambla de Pulido, frente a la Farmacia del Chinito, un poco más abajo. Me apasionaba leer el Marca, que entonces era semanal y en blanco y negro. Con el tiempo me enteré que el barbero era conocido como Antonio el Chorizo, nunca supe por qué.

De allí pasé a Frías en Ramón y Cajal, que ya tenía una denominación tipo Salón de Alta Peluquería. La regentaba don Ángel Frías. Era un calentón y un personaje. Yo me divertía mucho escuchando las broncas que le montaba a todo el mundo. Su hijo Carlos también cortaba el pelo y hasta había una chica, Carmita creo recordar, que hacía la manicura. Comenzaban a aparecer sofisticaciones como el Corte León y se anunciaba que se cortaba el pelo a la navaja. Había algunas que se pusieron de moda entre las clases altas, como Sandalio, Vigonza y la peluquería del hotel Mencey.

Pasado un tiempo, me cambié a una que había en la calle la X. Allí me atendía Alvarito, que durante los fines de semana era vocalista de orquesta. Mientras me cortaba el pelo, solía hacerme una exhibición de las últimas incorporaciones a su repertorio. Imborrable el recuerdo de pelarme, mientras me cantaba al oído Delilah de Tom Jones.

Después se puso de moda Joma. Yo me hice cliente de Jose, que provenía de esa peluquería y había montado J2. Era un encanto de persona, le he tenido siempre un gran afecto. Un tipo singular. Conmigo hablaba mucho de béisbol, cuando en la isla nadie sabía lo que era eso. Más adelante se inició en el estudio y en la práctica de religiones hindúes y la meditación trascendental. Llegó a tener en la peluquería un altar del Maharishi Yogi.

Al final he terminado en la Peluquería My Friend, atendida por Manolo y Salvador y ubicada en pleno barrio del Toscal. Salvador el Pureto es uno de los grandes filósofos de la segunda mitad del siglo XX. Mientras te corta el pelo, pasan por la puerta de su diminuto negocio de manera incesante todos los personajes del barrio. Aquello es una fuente inagotable de risas. Y entre su clientela ha habido nombres ilustres como Tito el Tocineta, el Cacharro, Arturito o Chichi el Berberecho. En medio del pelado, te puedes ver sumergido en una discusión sobre el cálculo de lo que puede llegar a pesar el miembro viril de una ballena. Es lo que te puede pasar, cuando quien te pela es un filósofo.
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