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Cuestión de pelos – Por Luis Espinosa

No conocí personalmente a mi abuelo paterno, pero sí le he contemplado en las fotos antiguas de la familia y, especialmente, en el cuadro al óleo que existía (¿quién se quedó con él?) en el salón grande de la Casa de la Abuela. Aunque no viene a cuento, comentaré que el susodicho salón, amplio, muy amplio, lo recuerdo siempre cerrado y a oscuras aunque tuviese un balcón canario que daba, lógicamente, a la calle. Nunca oí el sonido del piano que allí estaba que, como en la poesía becqueriana, dormía en un rincón. Pero hablábamos de mi abuelo. En esa pintura que colgaba en la gran habitación de la Casa de la Abuela, luce una espléndida barba. Su hermano, al que sí conocí ya muy mayor (él, yo era un crío), igualmente poseía una gran mata de pelo en la cara así como un perfecto bigote de guías retorcidas hacia arriba. Casi toda la gente de esa época, fines del siglo XIX y principios del XX, al parecer no escatimaban los pelos en su fisonomía. Posteriormente desaparecieron esos adornos capilares de la faz de los hombres de bien y de mal. Lustros y décadas han quedado atrás sin barbas. Persistieron los bigotes y ahora recuerdo al semanario La Codorniz que inició allá por los años 50 del pasado siglo una especie de batalla, una campaña en contra del bigote, para que los españoles que lo llevaran se afeitasen. A un compañero bigotudo arrinconamos en un rincón de un laboratorio o algo similar y le quitamos con unas tijeritas de uñas, no muy delicadamente, la mitad de su poblado bigote. Ya no eras bigote sino monogote. No le quedó más remedio que, ese mismo día, ya en su casa, terminar la obra que sus amigos (¿) habían comenzado. Estuvo sin hablarnos una temporada pero como era (y es) muy buena persona, termino por perdonarnos. Ya no se volvió a dejar bigote, supongo que por miedo a que reincidiéramos en nuestra habilidades de fígaros. Últimamente contemplo de nuevo barbas más o menos espesas en hombres jóvenes (tengan en cuenta que ya voy por la octava década de mi vida, así que cuando hablo de edades todo es muy relativo) que parecen querer demostrar que son hombres de pelo en cara. No se cortan un pelo… O, tal vez, intentan compensar su incipiente (en otras ocasiones no tan incipiente) calvicie aumentando la pilosidad en otras regiones de su cabeza. Ya sé, sí, que otra moda es afeitarse el cráneo, pero eso podría ser otra excusa. Digo pelo en cara porque, naturalmente, no suelo abrir la camisa de las personas a las que conozco, así que puede resultar que también lo posean en el pecho. Lo cual demuestra, una vez más, que las modas son las modas y que repiten cada equis años, o lustros, o décadas o siglos. A mí me ha tocado afeitarme cada día. En cierta ocasión, pateando los Picos de Europa, dejé la maquinilla en el hotel para no sobrecargar la mochila (¿) y, cuando regresamos a la civilización, sufrí lo mío y lo suyo para despojarme de lo que había crecido en mi cara. Pero quedé contento, porque eso demostraba que yo no era tan caradura como comentan algunos que dicen llamarse mis amigos. Si tuviese tan dura mi cara, ¿habría pasado los dolores que entonces pasé? Seguro que no.

*MEDICO Y MONTAÑERO