después del paréntesis

El debate

Un chiste recorrió las redes: el destacado aduce que, con la que está cayendo, embajador y diputado con asuntos inconfesables pendientes, él tiene cita con el urólogo. Ella, que siempre se encuentra cerca, se apresuró: “¿Quieres que vaya yo por ti?”. La cuestión por la que se ríe la gente razonable no es que eso de la próstata es un asunto de hombres sino que ella lo sustituyó. El consejo de varones preparó la intervención para que no fuera ella la que discutiera; al contrario, en voz de la vicepresidenta habría de sonar la voz de Rajoy. Eso ocurrió: la señora Sáenz de Santamaría fue por Rajoy a donde Rajoy habría de haber ido por Rajoy. Y cabe aducir que varias razones amparan semejante, atrabiliaria e ilógica renuncia, cada cual peor. Pongamos la primera, esa que sacó a relucir con una portada de periódico el señor Rivera: imposible soportar cara a cara la corrupción. Ante ello, quitarse de en medio, como hasta ahora han hecho, si no pueden destruir pruebas. La segunda es la que algunas voces de la derecha han destacado sottto voce: ante individuos capacitados para la dialéctica y la discusión, mejor apartarse, porque si no te comen. ¡Genial! La tercera pone a Rajoy contra la pared: está fuera de la política, sus modos y maneras son formas periclitadas que no alcanzan la más mínima consideración ni pueden ser contrapuestos con otros. Si ello se cumple, cual se confirma, ruina divina del proceder. Y es que en ninguna democracia conocida es presumible una actitud igual. ¿Alguien comprendería que el presidente y candidato a las elecciones de EE.UU. se comportara del modo en que se comportó Rajoy? ¿Por qué aquí se disculpa? Pues porque vivimos en un país de pandereta regado por el berlusconismo. Lo cual da para que el susodicho comparezca ante la prensa sin admitir preguntas o asista a un programa de la televisión para explicar pucheros en plena campaña electoral. ¿No tiene nada que comentar el aspirante conforme a lo que se acerca? En la soledad de sus arrebatos, sí; en compañía no. Ahí, sin respuesta, es más fácil digerir las propuestas descabelladas o sospechosas de mentira, cual ya ocurrió. Aunque el asunto, en verdad, no es ese, al que en tales circunstancias todos juegan. La cuestión es que si en los países de democracias avanzadas una acción tal sería denunciada como insulto a la democracia, aquí habremos de proceder del mismo modo. Lo que el señor Rajoy demuestra es que él no se encuentra en el lugar que ocupa para defender hasta el límite la calidad de la democracia, él la usa. Y eso no se puede tolerar. Porque el menoscabo de la política por los políticos es una afrenta que no ha de quedar impune. Ese es el panorama. Increíblemente, el que cobarde o malignamente no asistió, sentencia: quién gano (la suya) y quién perdió (el principal contrincante). Lo primero no se lo cree ni la señora Santamaría; lo segundo, por lo anterior, es ridículo, viniendo de donde viene. De donde, y a estas alturas, o tomamos al tal Rajoy por un necio o lo reconvenimos contra el ultraje. Porque si de verdad el sujeto tal hubiera sido un candidato listo y consecuente se hubiera sumado a la fiesta. Y es que frente a los infaustos, dirigidos y mentirosos debates de antaño, por fin en España ganó el periodismo, con sus valores, sus fundamentos y su dignidad. Nada de trucos; directos, directos y frente a frente.

Rajoy no compareció. Ya se sabe…