de puntillas

Debate – Por Juan Carlos Acosta

A mí me gustó el debate a tres de El País. Claro que podía haber sido a cuatro, o a cinco, incluso a seis. El atril vacío del presidente del Gobierno se convirtió en un símbolo, una sombra en el escenario, como el del pianista fallecido de Los Bravos, que los consejeros de Rajoy tendrán que valorar y las urnas, dictaminar. Me gustó el tono de Pedro, Pablo y Albert; también el formato, y el estilo; incluso los rifirrafes y alguna risa, que las hubo. Y no porque ofrecieran alternativas claras a la gestión del último Ejecutivo español ni porque las propuestas, todos lo sabemos, no puedan terminar siendo como esas maquetas de prototipos espaciales que después explotan en el lanzamiento; sino porque estos tres políticos -digo tres- representan un cambio generacional y han somatizado ante muchos ciudadanos la ausencia evidente del cuarto atril para asentarse en tres opciones claras para las próximas elecciones: derecha (C’s), centro (PSOE) e izquierda (Podemos).

Al margen del vacío del cuarto puesto, cabe preguntarse por el resto de ausencias de candidatos a la Presidencia. Habría que cuestionar por qué los organizadores de la editorial madrileña desecharon al menos la presencia del cabeza de lista de Izquierda Unida, Alberto Garzón. ¿Acaso han decidido que la izquierda ya está representada con la formación de Iglesias? ¿Hubiera estorbado en una hora apretada, por no decir comprimida, ante las cámaras de televisión? ¿El atril vacío era solo para Rajoy?

Cierto que queda mucha campaña y muchas dudas por delante. Si hacemos caso a las encuestas, casi un 20% de la población que votará no sabe a quién hacerlo todavía, tal es la confusión de los programas de los aspirantes y, lo que es más decisivo, de sus créditos políticos, tan acostumbrados como estamos a las vacas sagradas y a los debates de a dos. Basta recordar el combate de Aznar y González, que se jugaron a una sola carta las urnas en un escenario que más parecía un cuadrilátero o una partida de póker que un plató.

El presidente Rajoy sigue en sus trece, solo debatirá con su adversario tradicional, y eso mismo le puede jugar una mala pasada porque la postura lleva implícitos significados inmediatos. Frente al discurso de última hora de Génova de que la experiencia es lo único que necesita España para salir adelante, una parte muy importante de la ciudadanía pide cambios y quiere olvidar los escándalos de corrupción o el sufrimiento de la última legislatura. Muchos votarán con el corazón. Y eso es lo que decantará la balanza.

Es verdad que quedan casi tres semanas para discursos, propuestas y maquillaje; pero la irrupción en el imaginario de otra década perdida asusta y el voto tardará en salir de algunos bolsillos hasta el último instante. Serán siempre las urnas las que pongan las cosas en su sitio, como debe ser, pero el espectro entre el puede y el debe se amplía y ya no es el bipartidismo funcional el que -parece- movilizará la intención del electorado.

Los tres ponentes de la otra noche en el debate de El País dejaron, eso sí, sobre la mesa intenciones claras: luchar contra el desempleo, la corrupción, las grandes diferencias de rentas, la fuga de cerebros, la inestabilidad de las pensiones o el conflicto territorial; y muchas derogaciones.