El dardo

Debates

Los debates entre cabezas de lista y entre candidatos a la Presidencia del Gobierno y la frecuente aparición de estos últimos en programas amables, recreativos y de ocio en radio y, sobre todo, televisión marcan la campaña electoral, como marcaron la precampaña. Los tiempos de mudanza y los avances tecnológicos imponen nuevas formas de hacer política, de ahí que analistas y asesores los utilicen para tratar de que los aspirantes lleguen más directamente a los electores. Quien no domine los platós e Internet, especialmente las redes sociales, o no disponga de oratoria y maneras que lleguen fácilmente al elector, tiene poco que hacer en un paisaje competitivo que da forma a la proyección mediática de los aspirantes, sus ideas y proyectos. Pero los debates -por supuesto mucho más los de televisión, el medio preferido por los votantes, que los de radio o prensa-, no suelen ser determinantes del sentido del voto, salvo en casos excepcionales, y en no más del 5%, según los expertos. Ni siquiera las sillas vacías -caso de Rajoy en el debate del lunes en El País- castigan a los ausentes; el presidente en funciones no tiene nada que ganar y sí mucho que perder ante candidatos jóvenes y hábiles que harían de él el blanco perfecto de sus críticas, por eso mejor el mano a mano con el aspirante Sánchez, su principal oponente. Los debates ofrecen hoy una puesta en escena superficial, mecánica y distante más que una serena confrontación de ideas y propuestas. Les falta cercanía, repentización, frescura, espontaneidad. Casi todo lo que se dice parece artificial: está encorsetado, escrito o memorizado, el minutaje comprimido, elaborado el lenguaje, facilona la sonrisa, cocinado el chascarrillo, preparada la respuesta impactante, humorística o emocional… Se busca más la apariencia, el discurso emotivo, la proyección de la imagen del candidato -en suma, las formas- que el razonamiento y la sustancia -es decir, el fondo-. Los debates suelen ser un batiburrillo falto de solidez y poco esclarecedor, donde apenas lucen la elocuencia, la destreza dialéctica, el lenguaje no verbal, el mercadeo y el mundo de las percepciones. Lo único bueno es que el candidato puede ponerse en contacto con todos los electores, lo voten o no, y motivar a los indecisos, que esta vez son muchos