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Las dos Españas

La imagen patética de la noche electoral nos la ofreció el ampliamente derrotado Mariano Rajoy. En el balcón habitual de su sede madrileña, acompañado de su mujer (extrañamente vestida igual que la secretaria general popular) y de los principales dirigentes del partido, que intentaban sonreír y parecer alegres al tiempo que mostraban indisimulables y lúgubres rictus de desolación, se apresuró a proclamar que había ganado las elecciones y que iba a intentar formar Gobierno al ser la candidatura más votada. La insistencia antes del proceso electoral en el principio democrático de la lista más votada y en la denuncia de los Gobiernos de perdedores ya indicaba que todo el partido sabía lo que se le venía encima, porque estaba claro que en eso acertaban los presagios de las encuestas. Que después de perder en cuatro años más de tres millones y medio de votos y 63 escaños, es decir, un tercio de su apoyo electoral y de sus escaños, afirme que ha ganado las elecciones, en lugar de dimitir o, al menos, anunciar un Congreso abierto -como el que se ha apresurado a reclamarle Aznar- para someterse a su confianza, nos revela mucho más sobre el líder popular y su partido que el análisis más sesudo. Victoria pírrica y mal asumida se llama la figura.

Dos factores obvios han determinado la derrota popular. En primer lugar, la corrupción, pródigamente denunciada y difundida por la oposición partidista y mediática, y muy mal gestionada por los populares. Por supuesto que la corrupción socialista es equiparable -o superior- a la popular, y en Andalucía, por ejemplo, afecta a las instituciones autonómicas y a dos antiguos presidentes de la región. Sin embargo, al final, las implicaciones del antiguo vicepresidente económico del Gobierno junto con el tesorero del partido, y las llamadas tramas Gürtel, Púnica y todas las demás han sido determinantes e insalvables. El segundo factor ha girado en torno a las medidas de ajuste económico, la subida de impuestos y los denominados recortes en políticas sociales. Llegamos a un punto en el que todo desahucio, todo despido, toda dependencia no atendida, todo problema sanitario se atribuía a la responsabilidad personal de Rajoy. Fue el universo contra Rajoy y el Partido Popular; y, como era de esperar, ganó el universo. La miseria ha llegado hasta atribuirle fallecimientos en hospitales públicos y listas de espera. Y el mérito de haber superado la crisis y haber conducido a este país a una relativa bonanza económica no se le ha reconocido ni valorado.

En cualquier caso, siendo justos, hemos de reconocer que esos dos factores coincidieron en el tiempo con el auge de Ciudadanos, una formación centrista que se ha nutrido en gran medida de los votos populares perdidos. Este partido ha obtenido unos tres millones y medio de votos, una cifra que se acerca al sufragio que ha abandonado a los populares, aunque, por el efecto desproporcionador de las provincias menos pobladas y con menos escaños, esos millones de votos se han traducido en solo 40 escaños, mientras en manos de los populares hubieran supuesto un tercio más. Por cierto, no se detectan diferencias sustanciales entre los programas y las propuestas de Ciudadanos y de UPyD, un partido barrido en estas elecciones, y cuyo fracaso parece residir en la personalidad autoritaria y no dialogante de Rosa Díez en contraposición con Albert Rivera.

En la izquierda se confirmó el auge anunciado de Podemos y sus listas afines y el retroceso subsiguiente del Partido Socialista. Se había especulado mucho con el futuro de Pedro Sánchez en relación con los resultados que obtuviera, y aunque los socialistas han perdido un millón y medio de votos y 21 escaños, y han sido los cuartos en Madrid, en lo que son sus peores resultados de la democracia, Sánchez ya ha adelantado su candidatura a continuar en la secretaría general del partido en el Congreso que se anuncia, y no parece que vaya a ser seriamente cuestionado. Los malos resultados no han sido tan demoledores como se temía y, sobre todo, el retroceso respecto a las elecciones autonómicas y locales no ha sido tan significativo: era un retroceso previsto. Por lo que atañe a los nacionalistas, la nueva formación de Artur Mas pierde la mitad de sus escaños, Esquerra Republicana crece espectacularmente, Unió desaparece del Parlamento y el PNV se mantiene.

El mérito decisivo de la ahora cuestionada Transición española consistió en intentar superar nuestra división secular entre las dos Españas, unas Españas que, por desgracia, no eran solo un recurso estilístico o una figura literaria del poeta, sino algo muy real en términos históricos, sociales y políticos. Las dos Españas se enfrentaron en nuestra última guerra civil en dos bandos ninguno de los cuales era democrático, y la victoria de uno de ellos nos costó cuarenta años de dictadura. La gravísima amenaza actual a nuestra endeble democracia procede de gente que no había nacido cuando tuvo lugar esa guerra, pero que está obsesionada con revivirla y con dar la victoria póstuma a los que entonces la perdieron. Es el fantasma de las dos Españas, que ahora comprobamos no murieron con la Transición y simplemente se encontraban ocultas y agazapadas esperando su oportunidad. Ojalá que no se la brindemos.