a contracorriente

Empacho de política – Por Enrique Arias Vega

Tras años de grandes dosis de abstencionismo electoral y desinterés por la política estamos a punto de sufrir un empacho mayúsculo. Es lo que sucede con todos los excesos y no sólo los alimenticios. Ya me dirán, si no, como se explica que en la última campaña electoral los debates televisivos hayan competido en audiencia con programas como Sálvame, Gran Hermano y demás bazofia catódica.

Eso, que en principio parecería deseable, corre el riesgo de acabar en un hartazgo colectivo que vuelva a dejar la política en manos de los de siempre. Sobre todo, si, como se ve, semejante hipertrofia política, en vez de mejorar nuestra vida y solventarnos los problemas cotidianos, nos lleva a la inestabilidad y a la incertidumbre colectivas.

La dictadura franquista se aplicó a extirpar en las gentes el interés por la cosa pública. “Yo soy apolítico” era la declaración de principios más habitual de la época. Incluso, en el tardofranquismo y durante la primera transición democrática, a los interesados en los asuntos colectivos se los llamaba despectivamente preocuporros.

Pues bien: resulta que ahora todos somos desquiciadamente preocuporros. Esa excitación se comprueba en la proliferación de tertulias televisivas en las que la política ha sustituido al cotilleo con un increíble nivel de decibelios de sus protagonistas: unos superponen sus voces a las de otros, desgañitándose hasta que no conseguimos entender nada de lo que dicen.

Insisto en que, de seguir así, esta hipertrofia política puede llevarnos otra vez al desencanto y a la frustración. De no confiar nada en la cosa pública, hemos pasado a creer que la ideología puede solucionarlo todo, hasta el cáncer, si me apuran. Y eso tampoco. Si no somos comedidamente realistas, nuestro futuro puede ser incluso peor que nuestro presente.