De puntillas

Espoletas del tiempo – Por Juan Carlos Acosta

El futuro de la estabilidad de la atmósfera del planeta pasa esta semana por París. Las dos grandes potencias más contaminantes, China y Estados Unidos, por ese orden, parecen haber levantado el cerrojo que pusieron sus antecesores en la Cumbre de Kyoto de 1997 y acuden a la cita, quizás en el umbral del punto de no retorno, con un nuevo semblante. Tanto Obama como Jinping han manifestado la intención de tomarse más en serio la deriva del calentamiento global, posiblemente impresionados por las catástrofes cada vez más recurrentes de los fenómenos climáticos desbocados que afectan a sus propias geografías nacionales. Como muestra debe haberles bastado las imágenes de las inundaciones, huracanes e incendios que evidencian el agravamiento de los arrebatos de El Niño en América o las de las ciudades chinas sumergidas en una pátina densa y pegajosa que deben respirar cada día sus ciudadanos. Aquí, más cerca, en España, Madrid y Oviedo luchan con el manto de polución que dispara los sensores de partículas de anhídrido carbónico en el aire.

Las claves de la situación implican factores diversos, pero sobre todo, desbrozar el cúmulo de intereses que concurren para despejar el panorama. Si de una parte los gobernantes deben tomar decisiones vinculantes decididas para frenar la inercia sucia, de otra, y como condición ineludible, el modelo económico y energético del mundo actual está obligado a desinvertir gradualmente en los combustibles fósiles. Medio millar de fondos internacionales de inversión están retirando de sus agendas sus preferencias por el muy rentable negocio del carbón y los hidrocarburos. Incluso la OCDE ha pedido una señal fuerte para que el sector financiero tenga la certeza de que esa vía está siendo desamortizada en función de la “descarbonización” de la economía mundial.

Ya hay fecha para llegar a la generación de electricidad necesaria para el consumo de la Humanidad a través de fuentes limpias. La Unión Europea propugna 2050 como ese escenario e insta a un compromiso para liberar 100.000 millones de dólares anuales desde 2020, que llama Fondo Verde del Clima, y dedicarlos a infraestructuras de generación alternativa en los países en desarrollo, que son los que menos contaminan pero los que suelen sufrir más los efectos del cambio climático, con una gran mayoría de ellos en la nómina de África. Y también está la elevación del mar que engulle pueblos enteros en Alaska debido al derretimiento sin precedentes de los glaciales o, más cerca de Canarias, la ciudad de Saint Louis, en Senegal, con sus aldeas pesqueras anegadas por el Atlántico.

Lo que está en juego esta semana en París es el futuro del ser humano y para ganarlo es imperativo, como dice Hollande, pasar de la globalización de la competencia a la globalización de la cooperación. Solidaridad y conciencia para cambiar un modelo económico voraz y miope que, según el presidente de Ecuador, Rafael Correa, permite que un habitante de un país rico contamine 38 veces más que el de uno pobre. Esa es la cuestión de fondo, porque cada vez parece más claro que el desequilibrio climático es una consecuencia directa de los malos hábitos de una aldea global en la que el consumo y la desigualdad aparecen como espoletas de una bomba retardada que nos puede llegar a explotar en las manos.