Al parecer, uno de los lugares comunes que visitan los que interpretan la obra de Franz Kafka es, precisamente, la necesidad de no recorrer una vez más los lugares comunes urbanizados con el paso de los años sobre el autor de La metamorfosis. Incluso su amigo Max Brod, responsable de algunos de esos tópicos que nos hacen la vida más fácil cuando no entendemos algo, decía de él que no paraba de reír mientras leía en voz alta El proceso. De modo que el humor es un aspecto a considerar además de esas exégesis que hablan de judaísmo, psicoanálisis, existencialismo antes del existencialismo… Sí, quizás a Kafka le hubiera hecho mucha gracia contemplar las miles de páginas escritas acerca de lo kafkiano.

Woody Allen cumplió el martes 80 años y -echando egoístamente un vistazo a sus antecedentes familiares de longevidad- no será improbable que aún podamos disfrutar de un buen puñado de nuevas películas suyas. Cuando pienso en Woody Allen, en el humor de Woody Allen, entre las imágenes que me vienen a la cabeza está una escena del personaje que interpreta en Hannah y sus hermanas, Mickey, un guionista de televisión que busca darle un sentido a su vida y que, vencido por la desesperación, protagoniza un descacharrante intento de suicidio. Luego, sin saber muy bien por qué, entra en un cine donde echan una película de los hermanos Marx, y se va relajando: “Mira a toda esa gente de la pantalla. Es divertidísima. ¿Y qué más da si lo peor es cierto, si Dios no existe y pasas por la vida una sola vez? ¿No quieres vivir esa experiencia?”, se pregunta.

Allen afirma que su trabajo le distrae de los pensamientos sombríos. Es un conocido pesimista, y quizás por eso, además de rodar unos cuantos dramas muy buenos aunque no muy aplaudidos, domina como pocos las claves de la comedia. Un humor sin esperanza, un manual para náufragos de un ya octogenario que sigue adelante sin dejar de hacerse esa misma pregunta que se hacía Mickey en el cine. Algo por lo que, sin duda, deberíamos estar muy agradecidos.