editorial

Un laberinto diabólico

El 20D no despejó ninguna incógnita, salvo el final del bipartidismo. El resultado electoral de anoche, que introduce un laberinto político diabólico, inédito en España, hace, a priori, ingobernable el país y podría abocar a nuevas elecciones. A derecha e izquierda, no parece fácil una mayoría sólida que tranquilice a los mercados y dé confianza a Bruselas. España entra en un territorio desconocido de acuerdos entre partidos, algunos de nueva creación, sin tener garantías de que sea posible lograr un pacto para cuatro años.

El PP, que ganó aunque de manera insuficiente, necesita de Ciudadanos -la cuarta fuerza- para intentar ensayar un Gobierno en precario, y de la abstención del PSOE, segundo tras el escrutinio, que solo puede aspirar a gobernar con Podemos -tercero en el nuevo escalafón- y con los partidos independentistas en una coalición de muchos, que anoche trajo a la memoria la llamada italianización, símbolo de inestabilidad. Es cierto que el PSOE y los dos partidos emergentes sumarían un tripartito con escaños sobrados, si no fuera por la negativa de C’s a sellar pacto alguno con Podemos.

En estas circunstancias, solo si los dos grandes partidos, cuya hegemonía -el bipartidismo- salió tocado de las urnas, aparcaran sus diferencias, tras una agria campaña, y pactaran la legislatura, se evitaría el colapso. PP y PSOE tienen juntos más de 200 diputados, una holgada mayoría absoluta (esta se logra con 176). Un abrazo de osos tal, que ya cuenta con la experiencia alemana, no es descartable, pero sí difícil de alcanzar en el clima político español. Si el nuevo reparto de fuerzas consigue sortear el vacío será porque han puesto imaginación y, sobre todo, capacidad de diálogo. Las urnas han hablado con una sola voz: Diálogo con mayúsculas en un Parlamento más fragmentado que nunca. La victoria del PP, con 123 diputados (de un total de 350), el 28,6%, pese a dejarse por el camino decenas de escaños, expresa, para consumo interno y ante la mirada exterior, que el partido de Mariano Rajoy resiste tras gestionar los últimos cuatro años de crisis y sigue siendo la primera fuerza de este país. Pero el PP viene de gobernar con mayoría absoluta, una moneda que ha quedado fuera de circulación en la vida política española.
Los resultados para el PSOE (90 escaños), que le sitúan en segundo lugar, con el 22,1%, también a costa de perder efectivos respecto a 2011, no son, en principio, tan sangrantes para su líder, Pedro Sánchez (que superó la embestida de Podemos en el epílogo de la campaña) como para hacer peligrar su continuidad al frente del partido. Sánchez, que reconoció anoche la victoria de su oponente, le concedió la vez para intentar gobernar y deslizó su convicción de que “se abre un proceso de diálogo”. Rajoy, por su parte, reconociendo que “no será fácil”, anunció que se propone formar gobierno. En estas primeras horas ha resurgido el recurso a la geometría variable que hiciera popular Zapatero, y que consiste en gobernar en minoría con apoyos puntuales. Habida cuenta que tanto al PP como al PSOE y Ciudadanos les une frenar a Podemos, cabe pensar, en esta ceremonia de las hipótesis, que encuentren parcelas de entendimiento.
Al revalidar su escaño en Madrid, Coalición Canaria (CC) casi ni salva los muebles, ya que cae a la cola de un nuevo mapa político en las Islas de cinco fuerzas. La llegada de los emergentes pasa factura a un partido nacionalista que aspiraba a ser influyente en la nueva etapa política en España, y ve diluirse su voz en el guirigay del hemiciclo al lograr los peores resultados en sus 22 años de historia. Solo hasta tanto no se conforme una mayoría, las nuevas relaciones entre el Gobierno canario que preside Fernando Clavijo (en alianza con el PSOE) y el futuro Gobierno de España, quedan en el aire. Tampoco parece posible conjeturar por ahora posibles cambios en las alianzas en Canarias a tenor del próximo equilibrio de fuerzas en el Estado.

Los partidos emergentes

La sorprendente irrupción de Podemos (69 diputados, añadiendo sus mareas), pese a que no logró desbancar al PSOE, agita las aguas en la izquierda, representada hasta ahora hegemónicamente por los socialistas con más de 100 años de historia. El partido de Pablo Iglesias, con tan solo dos desde su fundación a raíz del movimiento de los indignados del 15M, le disputaba la plata de estas elecciones al PSOE, lo que habría costado la carrera política al candidato socialista. Pablo Iglesias, su máximo dirigente, celebró el resultado como un éxito y censuró el retroceso de la “vieja política”, representada por el PP y el PSOE.

A la postre, Ciudadanos consigue una honrosa cuarta posición (40 escaños), teniendo en cuenta que los de color naranja partían de cero, como su coetáneo emergente de color morado. Todo indica que C’s, pese a no lograr competir por los puestos de cabeza, será un partido clave en la fórmula definitiva de gobierno que se alcance tras un escrutinio tan apretado. Un Parlamento fragmentado inédito en la historia democrática española tras la Transición, exige, en efecto, un ejercicio permanente de diálogo, negociación, flexibilidad e imaginación, y es una prueba a lo que anoche Albert Rivera, líder de Ciudadanos, llamó “ser compatriotas y querer a España más que a nuestro propio partido”. Esas palabras esbozan la clave: cualquier salida a este callejón pasa por olvidar los intereses de cada sigla.

Dialogo, diálogo y dialogo. Pero esta vez no es un tópico más de la recurrente biografía de nuestra democracia en casi cuarenta años de alternancias, desde el éxito de los Pactos de la Moncloa en la era de Adolfo Suárez. El imperativo del diálogo tiene, en esta oportunidad, grado de ley…. Sin él no será posible formar un Gobierno, el que sea, sin dilación, que diluya los fantasmas que alberga Europa sobre las consecuencias políticas en la eurozona de las elecciones españolas. Los mismos fantasmas que alimenta el vacío de poder en los mercados, ansiosos de adoptar un rumbo y seguir apostando por la recuperación de la cuarta economía europea.

El Gobierno que salga de las urnas no es un asunto de política interna. Cada vez más, tras la explosión de la crisis económica de los últimos años, ese nuevo Ejecutivo es clave para el futuro de la Unión Europea y de la economía internacional. De eso, nada menos, se trata, no de un juego político de mayorías e puertas a dentro. Si, como reveló en el Punto de Encuentro de DIARIO DE AVISOS, el pasado día 12 el ministro de Economía, Luis de Guindos, en 2012, España era, a los ojos del FMI, “el mayor riesgo para economía mundial”, ahora se trata de un país que crece por encima del 3% y de cuya salida política y económica depende la recuperación europea e internacional. El diálogo que las urnas invocan plantea a los líderes un reto de honestidad. Han de anteponer los intereses de país a los de partido, y los intereses generales a los personales. Las fórmulas de estabilidad, al centro, izquierda y derecha, demandarán mucho generosidad para demostrar ante la opinión pública que lo que más conviene a todos no dependerá nunca de apetencias egoístas ni partidistas.

Un tiempo nuevo

Se abre un tiempo nuevo, con la confluencia de cuatro fuerzas en el tablero de ajedrez. Después del bipartidismo se la juega el cuatripartidismo. Si la nueva contingencia representa una mesa con cuatro patas, donde se establezca una diálogo abierto, transparente y eficaz para los intereses del Estado, los ciudadanos sentirán que habrán acertado y el cambio de modelo tendrá recorrido. Si en cambio, esta circunstancia se traduce en mayor inestabilidad e ingobernabilidad, tendrá los días contados. Políticos de Estado, jóvenes y veteranos estadistas, demanda el nuevo ciclo que anoche se inauguró en España. Sabremos en los próximos días si las posturas concordantes que parecían amueblar los consensos de una nueva España iban en serio o eran puro tacticismo durante la campaña electoral. Si regresan los extremos al plató político nacional, la ingobernabilidad y la crispación serán inevitables. España no es Grecia, pero el problema de Grecia en Europa puede ser una anécdota si España no coge rumbo en los próximos días. El dialogo como herramienta fundamental, tras el final de las mayorías absolutas en la nueva división del poder, es más necesario que nunca para abordar las cuestiones que en la campaña se pusieron de manifiesto, entre ellas las posibles reformas: de la Constitución, de la educación y de la Seguridad, con objeto de remozar las cuadernas políticas e institucionales del nuevo país que sale de las urnas, y combatir entre todos la lacra de la corrupción, el gran estigma de este período que concluye. El diálogo y la unidad de los grandes partidos en desafíos nacionales, como el caso catalán, parece más necesario que nunca. El nuevo Gobierno tiene en el abc de su agenda la c de Cataluña como una prioridad máxima. Suya será la responsabilidad de dar con la tecla que reconduzca el mayor desafío a la unidad territorial del Estado en democracia. La catarsis ha desembocado en un juego desigual- de cuatro, donde antes era una duopolio que parecía inexpugnable. En otras palabras, la regeneración la harán los viejos y los nuevos políticos en una suerte de segunda transición, en la que nadie puede sentirse excluido. Tras los comicios, queda en toda su crudeza la asignatura de sacar adelante un país que se asoma al futuro en mejores condiciones tras sufrir una crisis devastadora. Los nuevos grupos con peso en la Cámara Baja tienen en su guion esta prioridad. La recuperación es la prueba de fuego del cuatripartidismo: cualquier movimiento de piezas que la dificulte se pagará en el nuevo observatorio político nacional. La crisis no ha terminado aún y demanda de los nuevos actores un esfuerzo de cooperación en términos de política de Estado.

Uno de los desafíos de este escenario que se abre es normalizar la vida democrática para espantar todos los riesgos que asoman en Europa, ahí al lado, en Francia, con el tirón que los nuevos fenómenos sociales -entre ellos, la inseguridad- reportan a la ultraderecha. España dio ejemplo en la Transición de los años 70 y está llamada a volver a hacerlo en una Europa que se tensa políticamente y depende, entre otros, del futuro Gobierno de este país para salir a flote. No es un Gobierno solo para España, sino también para Europa, que se debate sobre sus propios cimientos ante la amenaza de autoexclusión de una potencia como Reino Unido, el que se conforme tras esta noche electoral. Es posible que este sea un Gobierno que nos lleve, en último caso, a la guerra contra el terrorismo islámico, en alianza con otras naciones que se alzan en defensa de la libertad. De ser así, ha de tratarse de una decisión adoptada con el máximo consenso, que evite divorcios de antaño y aglutine el máximo de apoyos posibles en la nueva composición parlamentaria. Nunca convendrá a los objetivos de un Estado que enfrenta su propia guerra económica -con sacrificios en términos de recortes que venimos de padecer- dar un paso de esta envergadura sin el máximo consenso.

Por último, conviene saludar el nuevo espíritu favorable a la política resultante del 20D, que genera un resurgimiento del interés por la vida democrática por parte de la ciudadanía -como reflejaron las altas audiencias de los debates electorales-, en contraste con la situación de descrédito de la política y de los políticos que precedieron a estas elecciones.