Viví una tensa vigilia por las vísperas de la consulta que, tras cuatro décadas, cierra el ciclo del bipartidismo español, y las elecciones generales que, con nitidez después de dieciséis años, derrotaron al chavismo liderado por Nicolás Maduro. Los primeros avances ratificaron las expectativas más risueñas de los sondeos demoscópicos y, cuando el locuaz mandatario, aceptó los hechos, respiré tranquilo y compartí en la distancia la alegría de los portavoces de la Mesa de Unidad Democrática. Sentí el sano sosiego de la mayoría nacional, reflejada en e-mail que me llegaron de Caracas, Maracaibo, Coro, Mérida y Valencia, por citar sólo cinco orígenes, donde amigos de las dos orillas, muchos disidentes de la ola bolivariana, sufrieron los rigores de un sistema que segó libertades, vulneró derechos y derrochó en propaganda exterior lo que no gastó en atender las necesidades de sus ciudadanos. Con una participación del 74% y superando con holgura los dos tercios de la Asamblea Nacional, sin incidentes durante y después de las votaciones, pese a las amenazas previas, el sucesor de Chávez achacó su derrota a la guerra económica y no a su calamitosa gestión y régimen de terror; pero, por una vez y bendita sea, actuó sensatamente, reconoció el inapelable resultado, invocó la Constitución y no llamó a la asonada; eso sí, volvió a escupir su cansino alegato contra el imperialismo y las castas, que ya sólo compran los elementos más recalcitrantes de sus círculos y pesebres. Importa ahora que la coalición ganadora atempere su justa satisfacción y administre con prudencia su éxito, que es el del pueblo venezolano; que nadie caiga en las previsibles provocaciones y trampas de los perdedores y, con la legitimidad de su victoria, el apoyo regional e internacional y la transparencia que le faltó al régimen vencido en las urnas, dibujen la vasta empresa de la reconciliación y la reconstrucción nacional desde el poder legislativo que controla con la máxima holgura; que garantice la seguridad y el imperio de los derechos humanos, vulnerados en los malos tiempos pasados y abra una era de democracia sin la enfermedad de la corrupción que padecieron los partidos tradicionales y el mal remedio que los sustituyó. “Fue el triunfo de Juan Bimba”, el héroe literario y popular de Andrés Eloy Blanco, nos recordó una abogada caraqueña, funcionaria, obligada a acudir a su trabajo con la camiseta roja, el uniforme de la facción bolivariana y que, asumiendo graves riesgos personales, contó la situación del país y la ruin represión que se cebó con personajes dignos y valientes como el ejemplar Leopoldo López, a un paso de la libertad que le arrebataron.
Leopoldo López publicado por Luis Ortega →