El dardo

Navidad

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, dice el popular villancico. Navidad, un término de origen latino, significa nacimiento y es el nombre con el que se asocia la llegada de Jesús de Nazaret, figura central del cristianismo, a este mundo nuestro, que la tradición -en contra de la gran mayoría de los historiadores- sitúa en el 25 de diciembre. La Iglesia Católica ha mantenido la fecha por razones convencionales, costumbristas sobre todo, y a su amparo fueron surgiendo actos, festejos y pautas de comportamiento como cenas, belenes y villancicos, que se mantienen pero conviviendo con el árbol, Papá Noel, las vacaciones, los regalos y otras formas externas que han propiciado el que una fiesta esencialmente religiosa lleve también a prácticas y hábitos culturales y sociales sin relación con creencias u observancias de doctrina. El Niño que está en la cuna no es ningún político, ningún jefe, ningún filosofo; será realmente, como escribe Sartre en Bariona, “el Mesías de los hombres”, y se hizo “uno de nosotros” para convivir y enseñarnos a amar, incluso en el sufrimiento, y a vivir, participando de la existencia humana. Y dejando siempre constancia de enseñanzas, simbolismo y ejemplos de vida, para creyentes y también para ateos, en todas sus andanzas, así sobrenaturales como propias del ser que pasó por la tierra haciendo el bien. La excelencia de su mensaje está en todas partes porque Cristo es -lo dice reiteradamente Papini- “un fin y un principio, un abismo de misterios divinos… Hasta los mismos que se esfuerzan en negar su existencia y su doctrina se pasan la vida recordando su nombre, sus símbolos y su memoria”, que están en todas partes: en montes y caminos, en cuadros y sepulcros, en ciudades y en libros, en iglesias y en museos… por no hablar de una bibliografía inabarcable. Vivimos en la era cristiana y nuestra civilización y nuestra vida comienzan con el nacimiento de Cristo, que aparece en la historia de la humanidad como la gran respuesta de Dios, a modo de un prisma con tantas caras que nunca serán abarcadas por el hombre. En un mundo que pierde valores y necesita reforzar el crecimiento interior, la familia, la solidaridad, la amistad y el perdón, el Niño de Belén es un referente inexcusable para destruir barreras y acercar corazones.