ÁNGULO 13

De orangutanes colorados

orangutanes colorados 1

Por Juanca Romero Hasmen

Esta semana podríamos dedicar esta página para hablar de biodiversidad, de las diferentes especies que pululan por la tierra y algunos terrarios. El pasado mes de octubre, esta página semanal y dominical cumplió cuatro años, y haciendo un trabajo de retrospección e introspección, me he dado cuenta de que durante todos estos años nunca he dedicado un ratito de escritura para hablar de la corriente negacionista que pulula en torno a las informaciones del misterio y lo insólito. Cierto es que en una única ocasión, hice un pequeño esbozo sobre este particular y feo asunto, pero nunca antes con calma y sosiego, con la madeja de la reflexión totalmente desenvuelta. Pero para que nadie en particular pueda sentirse aludido y mucho menos ofendido, permítame amigo lector que utilice el recurso animal como ejemplo del tema que propongo. Debo confesar, y lo hago con rotundo grado de sinceridad, que desde mi niñez siempre he sentido cierta atracción por el modus vivendi de los simios, esos animales tan parecidos a nosotros y a la vez tan distantes. Para los occidentales como nosotros, poder ver a un simio comerse un plátano o rascarse el culo, está reducido a una oportuna visita al zoológico de turno o a la llegada esporádica de un polvoriento circo. Algo deben tener los primates para que la mayor parte de los seres humanos sintamos curiosidad por su forma de comportarse… ¿quizá el parecido asombroso que tienen con nosotros? Y de entre todos los simios, si hay uno que atrae mi curiosidad, ese es el orangután, el gran mono colorado, el listillo de la película El planeta de los simios. De aspecto que roza la obesidad descontrolada y cervecera, el orangután se siente superior al resto, dominador del arte de la ciencia propia de involucionados como él. Y es que el orangután puede estar dos décadas recorriendo los pasillos de la selva sin ni siquiera aprender a decir los buenos días. Quizá, y solo quizá, el regordete mono no tiene talento para reconocer sus limitaciones, las mismas que no le dejan ver más allá de lo que se puede percibir tras las luces de una cañita de cerveza.

¿Pero por qué se produce este hecho?, ¿por qué esa involución del animal que se creía más evolucionado? La respuesta quizá sea algo compleja de encontrar, quizá no la encontremos dentro del mundo racional y tengamos que indagar en el plano paranormal que tanto detesta el orangután de pelo decadente. Si se tratase de un ciervo -con cornamenta incluida- podríamos decir que hablamos de un animal sin desarrollo intelectual, un ser desgastado por la virulencia con la que la vida le ha golpeado en su vaguedad existencial. Pero no, no se trata de un simple bicho astado, hablamos del todopoderoso y robusto, siempre robusto, Orangután. Juguemos por un instante a imaginar, –eso que tanto nos gusta a los cuenta historietas de miedo- que el mentado mono venido a menos, se convierte en un personajillo de esos que dicen “no” a todo lo que se menea a su alrededor. Imaginemos por unos minutos que el mono se humaniza y se convierte en alma errante que busca aprobar exámenes solamente mirando las tapas de los libros. Puestos a imaginar, imaginemos al simio Torquemada metiendo en la hoguera a un puñado de aquellos que hacen lo que durante mucho tiempo él mismo rogó hacer y ni para eso lo vieron capacitado. Y mientras tanto el bicho habla consigo mismo y se dice: -¿Micrófono?, no sirvo, me lo dijo Paquito. ¿Estudios?, es evidente que no. ¿Cervecitas a tutiplén?, sí, ponme otra-.

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¡Ayyy, que cosas!, a estas alturas de la vida voy a tener que replantearme en qué lado de la realidad se encuentran los verdaderos fantasmas, esos de sábanas blancas sospechosamente amarilleadas con el paso del tiempo. Pero me gustaría dejar claro en esta personal reflexión, que mis palabras no van referidas al tan necesario sector escéptico o crítico. Sin duda alguna, cualquier práctica que implique investigación, análisis, hipótesis y teorías, debe estar balanceada por la rigurosidad, el estudio, la apertura de mentes y el sano escepticismo. Yo mismo, y a estas alturas de la película no tengo que demostrarlo -ahí están mis publicaciones- he ido evolucionando hacia la madurez crítica, y ahora un análisis no es bueno si hay viabilidad para hacer dos. En este país hay grandes investigadores de eso que muchos llaman “lo misterioso” que trabajan con planteamientos críticos, que convierten su trabajo en una guía de las buenas prácticas metódicas o científicas. Lamentablemente, en mi caso no puedo decir que sea investigador, porque no lo soy. Mi labor es el periodismo, y sin complejo alguno, me gusta decir y presumir que hago periodismo del misterio. Se puede informar sobre estas temáticas con rigor y conciencia de lo que se está contando. Tan periodista es el que nos da la hoja de ruta del político de turno, como el que habla de Belén Esteban o tiene el infortunio de tener que programar el mentiroso horóscopo de los diarios. Y permítame que peque de no tener abuela al afirmar que algo ha cambiado para bien en este tipo de información periodística. Aquí en Canarias, y desde hace más de dos décadas, periodistas como José Gregorio González ha dignificado estas temáticas con sus Claves del camino en El Día o el programa de radio Crónicas de San Borondón en Canarias Radio. Este mismo que suscribe, dando cada domingo la página Ángulo13 aquí, en esta que es mi casa, DIARIO DE AVISOS, o en otras temporadas en formato radiofónico en la emisora de radio que perteneció a esta casa durante tantos años. Algo ha cambiado desde el mismo momento en el que la llamada prensa normal o estándar se ha ocupado y preocupado por ofrecer un tipo de información que el lector reclama notablemente. Guste a quien guste, el periodismo del misterio está solicitado y me atrevo a decir que incluso resulta rentable para las empresas de comunicación que los sostienen.

Pero volviendo al punto inicial, lo que parece verdaderamente obsoleto y carente de lógica, es leer de vez en cuando las pseudo-crónicas de algunos que, abanderando la avanzadilla de los “machaca magufos”, vomitan rencores, ignorancias y descalificaciones gratuitas sobre quienes hacemos este tipo de periodismo. Si hace diez o quince años se amparaban en la falta de información general para contrarrestar las informaciones publicadas, actualmente se ven desplazados al ostracismo, a las sombras en las que los propios lectores condenan a quienes utilizan sus propias fobias y filias para atacar gratuitamente -con marcado talante infantil y un poco gamberro- a los divulgadores del misterio (a unos más que a otros).

Sea como sea, amigo lector, el estado de salud de estas temáticas es muy bueno. En la sociedad de la información, usted como yo, estamos capacitados para cribar la paja del trigo, y saber cuándo una información está contrastada o simplemente refleja una posibilidad o una ensoñación. Por mucho que algunos lo intenten, metidos de lleno en el siglo XXI estamos preparados para elegir que queremos leer, ver o escuchar sin que ningún inquisidor de las letras nos lo dicte. Volviendo al símil del orangután colorado, diría para acabar, que el intelecto del simio no siempre se demuestra a fuerza de plátano. Feliz semana, y felices fiestas.