cuadernos de áfrica

El pasillo del diablo – Por Rafael Muñoz Abad

Lo mejor de viajar por África en carretera es que el azar deja de ser ruleta para transformarse en horario convirtiendo al viajero en víctima de caprichos en forma de barro y lluvia o de un simple chofer que, con objeto de visitar a una querida, para y jura que volverá pronto. Bajo esa aplastante despreocupación el ego del hombre blanco se difumina ganando en humanidad pero una cosa es el viaje del curioso y otra bien distinta la del desesperado. La arteria que desemboca en Misrata o Trípoli, Libia, es la conjunción final de la capilarización de polvorientos caminos cuyo origen está miles de kilómetros al sur.

La odisea de Samuel comenzó en la frontera entre Nigeria y Níger zarandeado por las mafias del tráfico de personas. Las mismas que manejan el de armas y drogas. En un viejo camión o en la trasera de una pick up Toyota, atravesó la aridez del desierto nigerí cual mercancía más. Su éxodo no tiene nada de agradable que si de azaroso. Hambre, sed y abusos sexuales, forman parte del ticket que puede ascender a los 5.000 euros. Un tour a través del Sahel hasta la encrucijada de Agadez. Ciudadela de adobe cocida al sol que en medio de la nada vive del catering de moscas y agua caliente con el que recibe a los viajeros que sueñan con El Dorado europeo. Pobres desgraciados. Si África es descontrol, Níger es un grado más. Aquí el negocio de la trata se ha institucionalizado y no hay cargo público que no se embolse unos francos. Pero el pasillo del diablo no acaba en Agadez; aún quedan más de mil kilómetros repartidos en meses de viaje a causa de las demoras [inhumanas] que sólo las mafias conocen. Al norte espera la porosa frontera libia donde intermediarios crueles y los nuevos señores de la guerra, se lucran del tráfico de lo ilícito gracias al vacío de poder que ha convertido el país en un estado a la deriva. Una trama conectada con la policía que, corrompida, hacina negros como ratas a la espera de meterlos en algún cascaron oxidado rumbo a Sicilia. Si Samuel sobrevive al viaje y el azar, quizás alcance las doradas playas de Tripolitania donde por primera vez verá la mar…Allí le espera una embarcación tan frágil como lo son sus sueños y las posibilidades de cruzar el Mediterráneo.

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