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Remedios Varo

Mi amigo y paisano Elías Calero pasó las tres cuartas de su vida entre la rutilante Venezuela, a la que emigró en la adolescencia, y el poderoso México, donde vivió su madurez y reposan sus restos. A su celo y generosidad debo notables conocimientos de las dos naciones y regalos que me hicieron comprender la labor y proyección de la España peregrina, de la que tanto y tan bien habló Bergamín, en el Nuevo Mundo. Poco antes de su muerte y conocedor de mis querencias por el arte me regaló una espléndida monografía dedicada a una de las españolas más cultas e inquietas del movido siglo XX, llamada María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga (1908-1963), conocida en el mundo cultural como Remedios Vara. Vio la luz en la localidad gerundense de Anglés, Gerona, en el seno de una familia acomodada; a los quince años ingresó en la madrileña Academia de San Fernando y, al término de sus estudios, se desposó con su compañero Gerardo Lizárraga y residió en París; divorciada de éste vivió con Esteban Francés y entró en el círculo surrealista de André Bretón; conoció en profundidad al tinerfeño Oscar Domínguez, con el que compartió ideas, proyectos y juergas.

Durante la Guerra Civil, participó con el poeta Benjamín Peret -al que estuvo unida sentimentalmente- en comités antifascistas y de apoyo a la causa republicana organizados en distintas capitales europeas. Tras la II Guerra Mundial se trasladó a México y trabajó para empresas publicitarias; casada con el diplomático austríaco Walter Gruen, éste la convenció que se dedicara en exclusividad al arte. Realizó su primera exposición individual en 1955 y, tras ocho años de intensa actividad y estrechas amistades con artistas e intelectuales, falleció en 1963 a consecuencia de un infarto de miocardio. En el año 2000, su viudo donó el grueso de su producción al estado mexicano con exigencias concretas de conservación y exhibición. Lamentablemente, en España sólo se conserva una veintena de obras, repartidas entre los museos nacionales y selectas colecciones privadas. Fue una extraordinaria pintora, escasamente conocida que, con grandes facultades técnicas, entre el pasado clásico y el futuro, construyó un mundo plástico de extraña hermosura, lírico y misterioso, con figuras estilizadas en ambientes gratos y ensoñados, con osadas simbiosis entre la naturaleza y los ingenios mecánicos que tuvo escasos precedentes y, por su absoluta singularidad, aún menos seguidores. Nació, tal día como hoy, hace ciento ocho años.