1. Tienen razón los que dicen que estoy acabado, que ya no soy lo que era. Tienen mucha razón. El día 30 de noviembre fue mi santo y solo media docena de amigos se acordó de mí. Antañazo, el 30 de noviembre era día de regalos y de llamadas, me invitaban a las bodegas, descorchaba botellas de Contino en Los Limoneros. Todo esto se acabó. Qué tristeza, yo antes me lo pasaba muy bien. Ahora sólo me acompañan Mini y Koki y este año es especialmente triste para los tres. Si les digo la verdad, ya sólo me consuela el ordenador y algún que otro aparato técnico que me hace llegar algún amigo, como esa pequeña torre de Orange para tener señal de internet donde quiera que voy. Un alma caritativa me ha invitado a pasar el fin de año en El Algarve. Si les digo la verdad, no tengo muchas ganas de ir, pero a lo mejor me animo. ¿Y con quién dejo a Mini y a Koki, mis inseparables yorkshires?

2. Ya no soy lo que era, repito que tienen razón los enemigos, los poderes ocultos que me envuelven y que no dicen sino disparates sobre mí. Porque los poderes hablan. Tienen un total desconocimiento de lo que soy y de lo que he sido, ni puta idea. Pero es verdad que ya no soy lo que era, estoy desapareciendo poco a poco, agotándome como una de esas velas gordas alemanas de Navidad. Bueno, ya ni siquiera estoy gordo; ando a diez kilos de mi peso. Es imposible que un periodista siga en el candelero cuarenta y cinco años después; yo creo que sólo alguien con mucha voluntad y con más afición que el Nápoles lo consigue. O sea, yo.

3. No sé si ir a El Algarve, ya ven en lo que me entretengo. Duermo mal, leo a Pío Baroja, escribo el primer guion de una novela y me río de lo que publican sobre mí. Es acojonante, no dan una. Cuarenta y cinco años después sigo siendo el mismo del primer día en cuanto a que se fijan mucho en mi humilde persona, modesto cronista de provincias. Ay, si la envidia fuera tiña. ¿Qué culpa tendré yo de haber vivido como un cura? Pero ahora estoy acabado, con el permiso de ustedes. Y eso.
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