40 años de la tragedia del Berge Istra

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“Todo fue muy rápido. No pasaron más de cuatro minutos desde la primera de las tres explosiones hasta que se hundió el barco. Pudimos soltar la balsa de proa, yo busqué la parte más alta de babor y desde allí vi cómo iba subiendo el agua y desapareciendo el barco. Lo siguiente fue el efecto sifón, que se traga todo lo que encuentra a su alrededor, aguanté toda la respiración que pude, pensé que no saldría, hasta que abrí los ojos y comprobé que estaba en la superficie. Entonces vi la balsa a 50 metros”.

Así recuerda Imeldo Barreto León el momento del naufragio del buque noruego Berge Istra, uno de los mayores cargueros del mundo, de 225.000 toneladas, que se hundió en el Océano Pacífico, al sur de Filipinas, a media tarde del 30 de diciembre de 1975 cuando se dirigía desde Brasil, de donde había zarpado ocho días antes, al puerto japonés de Kimitsu.

En el accidente murieron 30 tripulantes, entre ellos 10 canarios. Junto a Imeldo, natural de la Punta del Hidalgo, solo se salvó Epifanio Perdomo López, oriundo de Taganana, a quien el accidente le cogió cuando regresaba de popa: “Yo estaba en cubierta con tres personas más. De repente oí un ruido que me levantó como metro y medio en el aire. En ese momento vi volar seis pisos hacia arriba a un compañero que estaba soldando. No dio tiempo para nada. Tres explosiones y el barco se escoró completamente. Ya no hacíamos pie. Salimos por una escalera hacia arriba”.

Imeldo, de 41 años, logró encaramarse a la balsa salvavidas y allí pudo ver el cuerpo de Epifanio, de 38 años, flotando. Presentaba una herida en la cabeza que le hizo perder abundante sangre. Lo rescató y lo logró reanimar practicándole la respiración asistida. “Me salvó la vida. Estaba prácticamente muerto y él me subió a la balsa y me hizo el boca a boca; yo pensé que estaba reventado por dentro porque creí que escupía sangre cuando en realidad era la que me salía de la brecha que tenía en la cabeza”, afirmó Epifanio. Acababan de sobrevivir milagrosamente a una de las mayores tragedias marítimas que se recuerdan. Pero aun les quedaría un largo calvario por delante a la deriva. Estaban solos, en medio del Pacífico y sin más provisiones que cuatro litros de agua, unas galletas y unos cuantos caramelos. “Al principio pensábamos que un barco nos rescataría en cualquier momento, pero según se fue alargando el tiempo y no veíamos nada a nuestro alrededor empezábamos a temer lo peor”.
Los días pasaban y la esperanza de sobrevivir a aquella odisea se iba desvaneciendo. Soportaban todas las horas de sol de día y todo el frío de noche. El hambre apretaba y la necesidad les obligó a buscar en el mar el alimento que necesitaban. Con la ayuda de un anzuelo que encontraron en la balsa, Imeldo encontró la recompensa a su paciencia: “Lo primero que cogí fue un dorado que pesaría unos dos kilos, después pesqué algunos gallos que dejábamos secar para tener algo que comer; costaba comer aquella carne cruda porque el olor era fuerte; chupábamos los ojos, hígados, el corazón hasta que aquello iba bajando al estómago”.
En la noche del 13 de enero vieron un barco, pero la oscuridad y la distancia hacían imposible la visión de la diminuta balsa en medio del océano. Luego vinieron más días y más noches y la esperanza dio paso a la desesperación y la desesperación precedió a la resignación. Todo hacía presagiar que se asomaban al epílogo de sus vidas. “Estábamos convencidos de que íbamos a terminar allí. Yo presentía que moriría de hambre y de sed, con todo el conocimiento”, señaló Epifanio, que recuerda uno de los momentos críticos cuando Imeldo le confesó que se iba a quitar la vida: “Se puso de pie, lo agarré por el pantalón y le dije: ¿qué vas a hacer Imeldo? No me dejes solo, que la Virgen de Las Nieves, la Virgen de Candelaria, el Cristo de La Laguna y el Cristo de Tacoronte nos salvarán, ya lo verás. Como una hora y media después empiezo a oír un po-po-po-po, puse la punta de los dedos sobre la orilla de la barca, levanté la cabeza… ¡y vi un barco que se acercaba! Grité: ¡Imeldo, un barco!”. Él dio un brinco como un gato y empezó a lanzar besos volados”.

Las vírgenes y los cristos implorados se aparecieron bajo el nombre de Hachi-O-Maru 6, un pesquero japonés que los salvó de la muerte segura al noreste de Australia, a casi 500 millas del lugar del accidente. “Aquel momento fue la alegría más grande de nuestras vidas”, aseguran. Los exhaustos náufragos fueron trasladados a una base militar americana y de allí en helicóptero hasta un hospital de Okinawa, donde quedaron ingresados.

Quedaba el regreso a casa, que fue todo un acontecimiento. “Cuando llegamos a la Isla, yo no las conté, pero en el aeropuerto había miles de personas”, recuerda Epifanio. “La cantidad de gente daba miedo”, apostilla Imeldo. “No quedó nadie en la Punta ni en Taganana que no fuera a recibirnos a Los Rodeos. Al día siguiente hicieron una fiesta con banda de tambores y cornetas; aquello fue muy grande”.

Han pasado 40 años de aquella tragedia que dio la vuelta al mundo y que a Imeldo Barreto León y Epifanio Perdomo López, hoy con 81 y 78 años respectivamente, les ha marcado de por vida. “El hundimiento se me viene mucho a la memoria”, dice uno. “Yo siempre estoy pensando en eso”, confiesa el otro. Ellos pudieron contarlo. Otros diez canarios, lamentablemente, no corrieron la misma suerte.

Un documental con la balsa auténtica

La historia de esta catástrofe marítima se cuenta en un documental, Los náufragos del Berge Istra, dirigido por Víctor Calero, que fue rodado hace un año frente a las costas de la Punta del Hidalgo. Una filmación, de 50 minutos, que volvió a subir a los dos supervivientes, 39 años después, a la misma balsa que les salvó la vida y que Imeldo guarda en su casa como oro en paño. “La quería mucho y todavía la quiero porque gracias a ellas pudimos salvarnos”, afirma. Epifanio reconoce que cuando se metió en ella tanto tiempo después “me quedé temblando, me dio hasta miedo”.

Para el joven director canario, que a sus 28 años le sobra talento, contar la historia ha sido un sueño. “Me llamó la atención que no la conociera casi nadie. El Berge Istra tenía 315 metros, 35 más que el Titanic, y se hundió en apenas 4 minutos, mientras que el Titanic tardó dos horas y 40 minutos”. Siempre se planteó plasmar con la máxima naturalidad lo que sucedió en alta mar. “Las grandes historias se cuentan de manera sencilla, como decía Azorín”, apunta. “Imeldo y Epifanio son los protagonistas, sin olvidarnos de los 10 canarios que fallecieron. El hijo de una de las víctimas también nos mostró la otra cara de esta tragedia”. Víctor Calero, que también es el autor del guión, recuerda el momento especial que vivió cuando los dos supervivientes se enfrentaron a la balsa auténtica que les mantuvo a flote aquellos agónicos 20 días: “Es verdad que ambos estaban un poco temerosos al principio, al subirse en ella, pero cuando pasaron unos minutos los vi reírse, los vi disfrutar sorprendentemente”. Aunque el producto final recompensó el esfuerzo realizado por los protagonistas y el equipo de grabación, la filmación no fue sencilla. “Las sesiones de rodaje no fueron fáciles porque las grabamos con un equipo técnico reducido y en el mar muchas veces las cosas se complican. Con la colaboración de los pescadores de la cofradía de la Punta del Hidalgo y el apoyo de las familias de Epifanio e Imeldo todo fue más fácil”. El director insiste en que el documental, además de la lección de vida de sus dos protagonistas, rinde un homenaje a la memoria de los 30 tripulantes fallecidos y especialmente a las víctimas canarias. La próxima proyección de Los náufragos del Berge Istra se realizará el día 18 de enero a las 20.30 horas en el Casino de Santa Cruz de Tenerife, coincidiendo con el aniversario del rescate. “Haremos una proyección especial para celebrar la vida, que al final es la excusa”, señala Calero.