SOCIEDAD

Adiós al ‘Cousteau’ canario

Manuel Abreu Hernández, en una imagen a principios de los años 70. / DA
Manuel Abreu Hernández, en una imagen a principios de los años 70. / DA

A sus 92 años, Manuel Abreu Hernández seguía soñando con el mar. En su memoria se agolpaban cientos de experiencias y recuerdos del medio que tanto le dio a lo largo de su vida. “Solo Cousteau era mejor que él”, dice su hijo Jorge al referirse a este submarinista de época, instructor nacional de buceo y uno de los formadores en la Isla del Grupo de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil al que adiestró durante dos años. El pasado 22 de diciembre Abreu se despedía en silencio, a causa de una neumonía.

Su mundo siempre fue el de las profundidades marinas de su isla natal, Tenerife. Jorge, que también fue submarinista, recuerda que cada vez que se producía un accidente en alguna zona complicada de la costa, a quien primero llamaban era a su padre. “En toda su vida habrá rescatado al menos a 30 personas ahogadas, aunque también salvó varias vidas. Él llegaba a donde los demás no podían”.

Protagonizó algunos episodios muy sonados, como cuando intervino tras el amerizaje de un DC-3 de la compañía Spantax en la costa de El Sauzal, en 1966, para sacar del interior del avión hundido a la única víctima mortal, un hombre de 62 años, vecino de La Victoria, que se fue al fondo del mar aferrado a la puerta de la aeronave. El resto de pasajeros y tripulantes, 26 en total, sobrevivieron gracias a la rápida intervención de los equipos de rescate y de los pescadores de la zona.

Su hijo recuerda que otra de sus acciones más complicadas se produjo en la cueva de Los Camarones, frente a las costas de El Palm-Mar (Arona), considerada unas de las grutas submarinas más peligrosas del mundo, para proceder al rescate, en 1975, de los cuerpos sin vida de Juanjo Benítez, campeón nacional de pesca submarina, y Francoise de Roubaix, conocido compositor francés, autor de medio centenar de bandas sonoras, que quedaron atrapados en dicha cavidad cuando participaban en una inmersión nocturna.

Manuel Abreu fue también monitor de técnicas de orientación subacuática, socorrista, patrón de litoral y director técnico de escafandrismo. Llegó a ocupar la presidencia provincial del Club de Buceo de Santa Cruz de Tenerife desde su fundación, en 1980, y hasta fue presidente de Cruz Roja del Mar. En su haber también figura su aportación para la puesta en marcha, junto al doctor Pablo Puerto Romero, de la primera unidad hiperbárica en un centro hospitalario, una cámara cuya finalidad es facilitar problemas de descompresión de los buceadores, y que fue instalada en el Hospital Universitario de Canarias. La hiperbárica es, hoy por hoy, una de las ramas importantes de la medicina moderna.

“Era capaz de bajar hasta 50 metros a pulmón libre y sin traje de goma porque en aquella época no había”, comenta, orgulloso, su hijo. Entre sus hazañas, Jorge destaca que en una ocasión llegó a descender 175 metros con tres botellas a sus espaldas frente a los Roques de Anaga. “Imagínate el tiempo que se necesita para subir haciendo las paradas para la descompresión. De hecho los pescadores que le acompañaban lo dieron por muerto”. Sería imposible enumerar la cantidad de vestigios que Abreu halló en los fondos marinos de la Isla. Entre las reliquias encontradas está una hélice del Titlis, el barco que naufragó en 1910 frente a las costas de Punta Brava, en el Puerto de la Cruz, en el que murieron cuatro tripulantes. Un siniestro en el que la decidida acción de los vecinos logró salvar 15 vidas. La hélice, rescatada en 1980, se exhibe actualmente a la entrada de este núcleo costero, en una zona ajardinada.

Más atrás en el tiempo, se le requirió para sacar parte del cargamento de un buque que se hundió en Santa Cruz tras colisionar con el llamado Barco de la Luz que abastecía de fluido eléctrico a la capital tinerfeña.

Tubo volcánico
Piezas de cerámica y ánforas romanas fueron otros hallazgos, a principios de la década de los 80, que tuvieron reflejo en la prensa de la época. Como también lo tuvieron un ancla con una cruz gamada localizada frente a la playa de San Marcos y un cañón del siglo XVIII en Roque Bermejo. Pero también hubo descubrimientos geológicos sorprendentes, como cuando localizó en 1983 un túnel volcánico submarino en Garachico de más de más de 100 metros de longitud, bautizado como el Túnel de la Atlántida. Aquello le impresionó hasta el punto de reconocer que en aquel momento sintió la emoción más grande de su vida.

En su casa se conservan piezas de cubertería, platos y tazas de barcos que acabaron sumergidos para siempre en los fondos marinos de la Isla. “Cuando nos sentábamos a comer, uno tenía un plato de un barco noruego, otro inglés y otro de Filipinas”, recuerda Jorge con una sonrisa.

Sus aventuras dan para escribir un libro, en el que no podría faltar un capítulo ocurrido en aguas sureñas. Cuenta su hijo que una vez, en Los Abades (Arico), sufrió “un ataque masivo de aguavivas que le dejaron heridas que parecían latigazos en su cuerpo. 40 años después le fue extirpado un pequeño quiste detrás de la oreja y los médicos se quedaron asombrados cuando comprobaron que se trataba de un rejo de medusa”. Físicamente muy mermado en los últimos años por su avanzada edad, su mente seguía procesando imágenes de ese mundo azul, silencioso, que fue su pasión, su vida.