domingo cristiano

Colesterol en la fe

Hay pocas cosas tan devastadoras como desconocer qué sentido tiene la propia vida. Esa incertidumbre es como la hipertensión o el colesterol, asesinos silenciosos que minan la salud y a los que sólo se les presta atención cuando ya es demasiado tarde. Pues lo mismo ocurre con el sinsentido: nace como una extraña sensación, nos exige infinidad de recursos psicológicos para acallarla y finalmente estalla inevitablemente en forma de gran crisis. A veces irreparable, como un ataque al corazón. Las personas necesitamos un destino, un “para qué”. Tener un “cómo” es conveniente, pero menos importante. Así fuimos fabricados y cualquier intento por negar esa tensión tiene como resultado una catástrofe. Quien no sabe para qué existe, desperdicia sus capacidades. Quien no descubre o fabrica un horizonte, deambula. No vive. Las miserias de este mundo han sido paridas por la falta de sentido. El odio, la ira, la ruindad a todos los niveles, la maledicencia… son distintos rostros de la misma enfermedad. Y también lo son esas inconsistencias de andar por casa, a las que nos hemos acostumbrado y que finalmente son las culpables de que una vida se convierta en mediocre, sin rectitud de intención ni limpieza de corazón. Todas bañan sus raíces en la experiencia de la falta de sentido. Con la fe puede ocurrir algo semejante. La robustez de la experiencia cristiana se tambalea cuando el horizonte no está claro. Que el horizonte de un cristiano es Cristo, ya lo sabemos. Que no es suficiente con saberlo, es aún más cierto. Para evitar la palabrería, la fe es un regalo y un encargo: no es suficiente saber qué destino aguarda a los que buscan a Dios, es preciso dejar que ese horizonte empape el día a día. A un creyente le han marcado una tarea, que es la que aleja la nube de tormenta de la falta de sentido. Lo recuerda con emoción un relato de Jeremías que hoy se lee en los templos:”Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú ponte en pie y diles lo que yo te mando”.

Saber ser y querer estar, ésa es la clave para entender al profeta. Ser cristiano es vivir con la conciencia de que un día Dios pensó en mí, aún antes de que el mundo fuera mundo. Y esa verdad arrolladora cambia la vida. Y ser cristiano es estar allí donde los hombres necesitan una palabra de aliento en nombre de Dios. La rutina que engendra sinsentido es el colesterol de la fe. Y también la falta de contacto sereno y sincero con Dios. Y la pretensión de hacer las cosas en nombre de Dios sin contar con él. La fe es una experiencia que da sentido y plenitud a la vida y, ya se sabe, lo que no se usa se atrofia.

@karmelojph