apuntes de patafísica

Días extraños

Supongo que existirá algún nombre para definir ese curioso fenómeno de observar cómo las ideas que surgen en la duermevela pierden todo el sentido una vez que nos hallamos plenamente despiertos. Suele ocurrir con cierta frecuencia. Esta semana, por ejemplo, abandoné la cama con un título para este artículo: Días extraños. Sí, como el disco de The Doors; aunque de lo poco que estoy seguro es de que el texto que había escrito en mi cabeza, que debería ser este pero que nunca lo será, no hablaba del Rey Lagarto -aunque de alguna manera tuviera ciertos vínculos- y sí más bien de una sensación que tengo -o al menos tenía justo en ese momento entre el sueño y el despertar-.

Escucho una conversación en la que los interlocutores exponen puntos de vista bastante distanciados. La charla se prolonga y hay instantes en los que da la impresión de que los argumentos se acercan y no tardará en alcanzarse un acuerdo, pero es solo una apariencia, pues pronto vuelven a revelarse (y también a rebelarse) como antagónicos. Recuerdo que no tomo partido: me resulta complicado discernir qué opinión se ajusta más a mi forma de ver las cosas. Sin embargo, llego a la conclusión, no se bien por qué, de que la mejor manera de acabar ese diálogo al que asisto sería que justo en ese momento entrase un unicornio en la habitación. O un caballo blanco, en su defecto.

Ha muerto David Bowie. Dos días después de cumplir 69 años y de regalarnos su último disco. Mientras leo las necrologías sobre el artista, me acuerdo de Lou Reed, fallecido en octubre de 2013, que, según su pareja, Laurie Anderson, murió contemplando los árboles y haciendo taichí con sus manos. Y siento la necesidad de buscar en Internet información sobre ese famoso encuentro de David Bowie y Lou Reed de comienzos de los 70, de las influencias de ida y vuelta entre dos personalidades tan fuera de lo común y de cómo por esa época pergeñaron dos álbumes fascinantes como Ziggy Stardust… y Transformer. Es todo bastante extraño.