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Heidi Stahl: Nacida bajo las llamas del infierno

Décadas después, y muy lejos de su Alemania natal, Heidi Stahl encontró en la escritura la mejor terapia para superar los traumas infantiles que le causó la guerra. | ANDRÉS GUTIÉRREZ
Décadas después, y muy lejos de su Alemania natal, Heidi Stahl encontró en la escritura la mejor terapia para superar los traumas infantiles que le causó la guerra. | ANDRÉS GUTIÉRREZ

Mucho se ha hablado y escrito sobre la II Guerra Mundial. El mundo es sabedor de las atrocidades que se cometieron en los campos de exterminio nazi. Sin embargo, 70 años después del final de esa contienda sigue sin hablarse en voz alta en Alemania sobre las atrocidades cometidas por las tropas rusas de ocupación. Se cree que unos dos millones de mujeres fueron violadas, agredidas o asesinadas por los soldados del Ejército Rojo en su avance sobre Alemania.

Heidi Stahl, afincada en Canarias desde hace 43 años, es una de las supervivientes de esa guerra que dejó cicatrices que aún siguen sin cerrarse en millones de corazones de todas aquellas personas que vivieron directamente el infierno del Tercer Reich, bajo el gobierno de Hitler. “Cuando el Ejército Rojo llegó a Berlín, los soldados ya consideraban a las mujeres una especie de botín carnal”, comenta Heidi. “Creían que podían hacer lo que quisieran, ya que estaban liberando Europa”.

La familia de Heidi Stahl, como muchas otras, sentía terror a la llegada de las tropas rusas porque entre pueblos y ciudades viajaban rápidamente las historias sobre violaciones sistemáticas del Ejército Rojo. Al final de la guerra se planteaba en Europa el problema de las personas desplazadas a causa de las vicisitudes del conflicto. Millones de hombres y mujeres vagaban de un punto a otro del continente: exprisioneros de los campos de concentración nazis que trataban de volver a sus respectivos países, excolaboracionistas que esperaban escapar a las represalias y los castigos y, sobre todo, millones de personas que abandonaban los territorios anexionados por los vencedores.

[sws_pullquote_right]Su infancia estuvo rodeada del ruido de las bombas y las balas y los gritos de los que huían[/sws_pullquote_right]

Todo este peregrinar tortuoso tuvo que verlo y vivirlo una niña de cuatro años llamada Heidi Stahl. Nacida en Schkeuditz-Leipzig, Alemania, en 1942, esta gran mujer se siente ahora por fin liberada de sus recuerdos y su sufrimiento interior tras escribir con valentía un libro titulado El ángel de la guarda. En sus páginas describe con memoria prodigiosa cada escenario y secuencia de una infancia rodeada de los ruidos de las bombas aliadas, las balas y los gritos de personas que murieron en el intento de huir de las atrocidades de una Alemania hipnotizada por la ideología fanática de un descerebrado llamado Adolf Hitler.

ATAQUE AÉREO EN LEIPZIG
Esta superviviente de la locura del Führer y canciller imperial del Tercer Reich, creador de la ideología del nacionalsocialismo, hoy se muestra serena, con una mirada que transmite humildad, generosidad, pero que nunca podrá olvidar lo que vivió cuando tan solo tenía cuatro años. Heidi Stahl llegó al mundo el 21 de septiembre de 1942 con el sonido de las sirenas que avisaban del peligro de un ataque aéreo a Leipzig. Horas más tarde comenzaron los bombardeos de las fuerzas aliadas. En ese momento, Heidi no estaba sola, ya que tenía tres hermanos que llegaron al mundo antes que ella: Udo, Eduard y Georg.  

De esa maldita Guerra Mundial, Heidi recuerda muchas cosas. “¡Escuchad! -gritó su madre-. Los rusos van a ocupar nuestra zona. ¡Que Dios nos ayude!”. Aquel día, 7 de mayo de 1945, quedó grabado en la historia de Alemania como “el día de la rendición”. 

La guerra había terminado, pero todavía quedaba otra: la de la venganza, el odio y el rencor. Los rusos y los cosacos repudiaban todo aquello que diera olor a perfume alemán. “Chicos, nos decía mi madre. Ya no se puede ir a la calle; os quiero aquí dentro”. La ciudad parecía desierta. La radio seguía encendida dando continuamente noticias de la rendición. El silencio fue interrumpido por un ruido tremendo, muy lejano que se acercaba y hacia vibrar los adoquines. Eran cosacos, al galope, tirando de carros, con blusones rojos y azules, con cinturones anchos con cuchillos corvos y fusiles al hombro.

El escaso género que entraba en el mercado era confiscado rápidamente por los rusos, motivando que surgiera un mercado negro. Heidi recuerda que su madre les explicó a ella y a sus hermanos que “después de la guerra, Alemania había sido dividida como una gran tarta en cuatro trozos, y los rusos, franceses, ingleses y americanos eran ahora los dueños de Alemania”.

DE LOS NAZIS A LOS COSACOS
Existía un acuerdo entre ellos para dejar abierta las diferentes zonas y garantizar las comunicaciones entre familias y pueblos. Pero los rusos empezaron a poner alambres de púas alrededor de su área, evitando así la fuga de la gente hacia las otras zonas. Necesitaban la mano de obra para la reconstrucción de las casas, fábricas, puentes y carreteras.

Con fuerzas renovadas y las ganas de unir a su familia, la protagonista de esta historia recuerda que su madre les entrenó en la vieja estación en Schkeudiz, cerca de Leipzig, para que aprendieran a saltar a los vagones en marcha. “Era la búsqueda a la libertad”.

UN TESTIMONIO VIVO
Difícilmente se puede contar toda la historia de la familia de Heidi Stalhl en una página. Lo importante es que esta valiente mujer coraje hoy vive entre nosotros, acompañada de su marido, Ramón. Su libro El ángel de la guarda es un testimonio vivo que refleja un pasado que fue realidad: la lucha por sobrevivir en un escenario bélico, donde las fronteras eran cotos cerrados para los alemanes.

Ella, al igual que millones de niños y mayores, fueron víctimas de una ideología visceral, brutal, paranoica y violenta. Posiblemente, la ignorancia pudo ser su mejor aliada, ya que con tan solo cuatro años no comprendía porqué ocurría todo aquello. Los constantes traslados en la búsqueda de un hogar, la afectividad  y los valores de la familia, las muertes de sus padres, las huidas por salvar su vida, junto con las de sus hermanos, le hicieron madurar antes de tiempo y crecer como persona y mujer.
Todo dolor deja secuelas que nunca podrán cicatrizar, aunque el tiempo pueda aliviar el dolor de las heridas del alma.