Bienmesabe

Mamá Noela y las reinas Manuela, Jimena y Filomena

Los pocos o muchos lectores que siguen esta columna cada domingo en el periódico que tienen entre sus manos sabrán, a estas alturas que quien suscribe no es un beato, ni un meapilas, ni cosa que se le parezca. Creo en los fundamentos de una sociedad laica que respete, no obstante ello, los derechos religiosos de quienes deseen ejercerlos. Eso sí, en un marco de comprensión recíproca por los gustos e inclinaciones de cada cual. Esto es: quien quiera ir a la parroquia, la sinagoga o la mezquita, que vaya con Dios. Y quien quiera quedarse en su casa, haciendo lo que le venga en gana, que sea igualmente respetado en el marco de una sociedad que se presume democrática y tolerante. Ahora bien, una cosa es la tolerancia, la comprensión y otra, la memez. Querer virar de patas el sentido de las cabalgatas de los reyes magos me parece, más que otra cosa, una pendejada. Las cabalgatas de los reyes magos no son un acontecimiento religioso en sentido estricto. Sino más bien un fenómeno cultural basado en el seguimiento de una vieja costumbre que ha terminado por convertirse en tradición. Es una fiesta de los niños y un pretexto para encender en sus ojos la llama de la ilusión. Cierto que la tradición arranca del acontecimiento de la natividad de Jesús. Pero quien acude con sus hijos o sus nietos a una cabalgata de reyes en cualquier ciudad o pueblo de España no está pensando en dicho momento en la natividad de Jesús, ni en la del obispo de la diócesis…, sino en la alegría de su gente menuda. En la emoción que todos nosotros hemos vivido desde hace décadas y más décadas, alimentada por, como he dicho, la costumbre de unos padres que nos vieron crecer acudiendo a ellas cada víspera de reyes, es decir, el día cinco de cada mes de enero. Sin más. No hay que darle más vueltas ni buscar cacodilato potásico en el desfile de reyes. Por tanto, no se necesita cambiar la tradición de ver a Melchor, Gaspar y Baltasar arrojando caramelos a los niños para sustituirles por las reinas Manuela, Jimena o Filomena (lo de la reina Manuela es una pequeña e insignificante broma mía en relación con la alcaldesa de Madrid y su ocurrencia de acabar con las cabalgatas y con los belenes, pues no creo que los madrileños le hayan elegido para hacer semejante trabajo, sino para cuidar de Madrid, cosa que no hace como debiera). En cuanto a papá Noel, tres cuartos de lo mismo, aunque no pertenece culturalmente a nuestra sociedad, sino a la anglosajona, pues el barbitas del polo norte no es precisamente hispano, sino nórdico, a pesar de lo cual ha calado entre los gustos de mucha gente, como también lo ha hecho la barbaridad de Halloween, que esa es otra. Lo mismo sucede con la participación de camellos, caballos, cabras y ovejas en las cabalgatas de reyes. Aquí, las prohibiciones llegan de los llamados animalistas, a quienes yo prefiero denominar “defensores” de los animales, porque lo de partidos animalistas me suena muy mal. Creo que una cosa es una corrida de toros, el horror del toro de La Vega o el de arrojar una cabra desde el campanario de una iglesia, y otra cosa bien distinta utilizar camellos y otros animales no sólo en cabalgatas, sino también en romerías típicas y otros festejos similares. En Lanzarote, por ejemplo, los camellos llevan turistas de un lado para otro por las tierras de Timanfaya y, según me cuentan, están más controlados y cuidados que nunca por las inspecciones veterinarias periódicas a que se les somete.

Pero para perla mediática, la de un bombero profesional asturiano que, con motivo de los recientes incendios de los montes del Principado, comentó en la radio, públicamente, que no vio a ningún animalista ayudándoles a salvar rebaños cercados por el fuego que pastaban tranquilamente entre las verdes hierbas de Asturias. Patria querida. El bombero comentó que él y sus compañeros se las vieron y desearon para evitar que ardiera el ganado. Sólo recibieron la ayuda de los propios ganaderos, protección civil, policías locales, Guardia Civil y algunos voluntarios que no pertenecían a ningún partido político “animalista”. Y es que una cosa es predicar. Y otra dar trigo…