cuestión de grises

Mentiras – Por Indra Kishinchand

He vuelto a una ciudad que tiene el nombre de quien la vive. He visto la misma calle. He sentido el mismo frío. He bebido en el mismo bar. He renunciado al amor en la misma esquina. He soñado con el mismo parque, con la misma luz. He andado al mismo paso. Igual ritmo, igual desesperación. He fotografiado la misma ventana. Me he caído en el mismo río. He llorado con la misma canción; y después, cuando ya todo había pasado, me han dicho que yo, ya no era yo.

Sabía que aquella situación tenía un matiz extraño, la calidez de las cosas que no perduran, la angustia de lo efímero, o tal vez era, tan solo y como siempre, el viento helado que conlleva toda tempestad. El caso es que me lo creí. Me lo creí como hago con los periodistas y los políticos, a medias y a sabiendas de la decepción futura; pero mejor creer en algo que no creer. Eso dicen.

Y para qué mentir, yo también lo digo, a veces. Lo grito cuando no tengo el mar cerca, o cuando lo tengo tan cerca que no sé qué hacer con tanta desesperación. Lo digo cuando cuando lloro entre desconocidos por el peso de la vida. Lo cuento cuando me encuentro en casa aunque esté lejos de ella y, sobre todo, lo digo cuando lo siento; aunque después sea mentira.