SUPERCONFIDENCIAL

Los pacíficos dromedarios

1. Yo espero que los pacíficos camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar, si tienen que venir a esta isla desde Fuerteventura, lleguen aquí en las mejores condiciones y no como el año pasado, que a los pobres los trajeron en condiciones lamentables. Aunque los camelleros decían que el hacinamiento en el camión que los transportaba garantizaba la seguridad de los dromedarios porque así estaban calzados ante los vaivenes del barco. Qué horror. En el Puerto de la Cruz, en la noche de los tiempos, había tres camellos que se hicieron famosos en todo el mundo. Incluso tengo una foto de uno de ellos, eso sí, a duras penas, cargando a don Manuel Fraga Iribarne cuando era ministro de Información y Turismo. Eran los camellos de Lázaro, que los tenía como un pincel. Protagonizaron millones de tarjetas postales y no había foto del Puerto de la Cruz publicada en el lugar más remoto del mundo en la que no aparecieran los camellos, frente a la piscina de Martiánez, con Lázaro vestido de mago. A nosotros, a los chiquillos, nos paseaba gratis cuando el turismo aflojaba.

2. Lázaro jamás recogía las cagadas de los dromedarios, sino que era una cuadrilla de limpieza, en un camión Commer rojo, la que se encargaba de este menester, no sé si con el Catalina al frente, ya no me acuerdo muy bien. Pero aquellos animalitos dejaban gran cantidad de gracias en su recorrido turístico, porque Lázaro los tenía bien alimentados, cepilladitos que daba gusto y al camellero le bastaba chasquear la lengua y emitir un sonido especial para que los dromedarios se levantaran con su carga de turistas, uno a cada lado. Los tenía perfectamente amaestrados.

3. No sé cuándo se acabaron los paseos de los camellos de Lázaro, quizá cuando él murió: no lo recuerdo. Sí les digo que con ellos, con Lázaro y sus camellos, desapareció la primitiva atracción de los nuevos tiempos del turismo portuense. Desde los cincuenta a los setenta. Y ahora noto que el tiempo se me echa encima y empiezan a brotar una serie de recuerdos de mi infancia en aquel pueblo, el Puerto; qué maravilla. Para ver camellos había que ir al sur; los últimos los tuvo Jean Marie Goeders en una hondonada frente a Las Verónicas, cuando aquello era todavía un desierto. Parece que los estoy viendo. No les faltaba sino hablar.