cuadernos de áfrica

La querida del viejo – Por Rafael Muñoz Abad

Lo mejor de no tener muy claro para quién trabajas es que el dinero joven te vuelve lo suficientemente amnésico como para mirar hacia otro lado y dejar de hacerte preguntas. Aquel verano de los noventa el sueño africano de Portugal hacía ya décadas que se había esfumado bajo las guerras coloniales. La bella Lourenço Marques degeneró en Maputo y Luanda era un arrabal donde había tantos kalashnikovs que se cambiaban por latas de cerveza sudafricanas. Los que se quedaron, en palabras de Kapuscinski, oteaban la interminable fila de cajones de madera que eran izados a bordo de los elegantes liners de la ahora emigración inversa; tocaba volver a casa con las manos vacías o arriesgarse a ver el día después de la convulsa descolonización. Nosotros regalamos el Sahara; al vecino sólo lograron sacarlo a tiros.
Los viajes de “bajada”, con las bodegas atiborradas de “trastos”, hacían escala en Las Palmas para saciar el apetito de queso de bola y transistores de aquellos rancios capitanes de misa. Tres rotaciones entre España, Angola y Sierra Leona te bastaban para entender el negocio y llenarte los bolsillos; también te procuraban amistades curiosas… ¿Cómo es posible que las facciones de las guerras civiles angoleñas vistieran uniformes del Ejército español?
Ignacio era alto, afilado y directo. El viejo -argot náutico para denominar al capitán- sólo accedió, y de mala gana, a llevarle a bordo hasta Lobito a cambio de que fuera enrolado con exención de responsabilidad. ¿Y qué hacía Nacho allí?; digamos que en su momento fue asesor de seguridad de la UNITA. Razón por la que despertó las antipatías de la querida del viejo; una veinteañera diplomada en enfermería en La Habana que de memoria recitaba al Che. Todo un sainete surrealista en una empresa que supuestamente estaba en la nómina del Opus.

El último puerto siempre era Tombwa; antes Porto Alexandra. Un vecindario de casas coloniales tiroteadas y arrasado por la guerra; rodeado de minas y a tiro de piedra de la frontera namibia. El reparto lo cerraban dos “médicos” cubanos, una supuesta doctora rusa con la cabeza afeitada y un empresario onubense que regía una fábrica de harina de pescado. Todo olía fatal.

*CENTRO DE ESTUDIOS
AFRICANOS DE LA ULL
@Springbok1973