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Rodolfo II de Habsburgo

Detrás de un artista original, rompedor de cánones y transgresor de modas y convenciones, aparece su talento excepcional y, obligatoriamente, el mecenas capaz de estimular, favorecer y patrocinar sus creaciones, o el cliente fiel y entusiasta, dispuesto a comprar siempre y a cualquier precio las singularidades. A partir de La Primavera, la única obra conservada en España del lombardo Giuseppe Arcimboldo (1527-1593) y la joya principal de la Real Academia de San Fernando, me interesé por la figura de Rodolfo II, titular del Sacro Imperio Romano Germánico. Vivió entre 1563 y 1571 en la Corte hispana, primer centro de poder del mundo durante el siglo XVI, y fue educado bajo la tutela de su tío Felipe II. Del “rey prudente en cuyos dominios nunca se ponía el sol” adoptó sólo su cerrado catolicismo y la costosa intransigencia dogmática, pero ni olió su capacidad de trabajo ni su concepción del poder y del deber; por el contrario, apegado a todos los vicios, la única experiencia que llevó a Viena -donde fue coronado en 1576 a la muerte de su padre Maximiliano II- fue la pasión coleccionista que desarrolló sin ningún escrúpulo ni traba, por encima de todas las obligaciones de Estado y de la atención a los conflictos civiles y bélicos, provocados por su carácter venal y la incompetencia de los funcionarios. La sífilis que contrajo en la juventud y, pese a todos los tratamientos médicos, padeció hasta su muerte, le provocó continuos y graves trastornos mentales y depresiones ante las que se aislaba con sus amantes de ambos sexos. En los periodos de lucidez, formó en su residencia de Praga una corte de artistas y sabios reconocidos y profesó una extraña afición por la astronomía -orientada por Tycho Brahe y Kepler-, por los ingenios mecánicos, juguetes y autómatas y por la alquimia y la nigromancia que ejercían personajes oscuros y pícaros sin recato. Ante sus cada vez peores excesos, un consejo de familia decidió su inhabilitación en 1608 y puso al frente de sus estados a su hermano Matías, que había cubierto, con prudencia, los vacíos de poder. El excéntrico Rodolfo, nacido en 1552 y muerto en completa soledad el 20 de enero de 1612, tuvo un hijo natural, Julio César de Austria, que pasó la mayor parte de su vida en prisión por su violencia y crueldad, y reunió más de tres mil cuadros de la mejor pintura europea y, naturalmente, toda la producción de Arcimboldo, una de cuyas tablas llegó a la Casa Real de España y, por transferencias desconocidas, apareció afortunadamente en el catálogo de la madrileña Academia de Bellas Artes.