el charco hondo

Rojas

La escena es de Desmontando a Harry, de Woody Allen. El protagonista, un escritor que está replanteándose su existencia, baja al infierno con el propósito de que le devuelvan a su novia. Harry intenta convencer al diablo, representado por un amigo con el que está tomándose una copa, haciéndole ver -sin éxito- que es más perverso que el mismísimo Maligno. En el infierno se encuentra, entre otros atormentados, con el carpintero que inventó los muebles de metacrilato. No se cruzó, y por allí debía estar, con el político español de penúltima generación que resucitó e introdujo en los informativos las dichosas líneas rojas que nos tienen, por reiteración, acampados sobre la omnipresente línea roja. Si el de los muebles de metacrilato se ganó pagarlo a fuego lento donde las tinieblas, junto a tantas almas que no han sido merecedoras de salvación, el que incorporó a la actualidad las malditas líneas rojas bien merece que el abismo le haga un hueco. El daño que ha hecho exige llevarlo al fuego inextinguible. Por su culpa España es hoy, mañana y pasado una enorme línea roja.

Atrapados en el interminable enero de las contradicciones, los actores principales del desaguisado (todos, sin excepción) con una mano reclaman diálogo y con la otra pintan líneas rojas a todas horas, en todas partes. Poco puede esperarse de quienes, alérgicos a la flexibilidad que hizo posible la Transición, se mueven en el inmovilismo argumental como pez en el agua. La cintura se les ha oxidado, o no tienen hábito negociador o lo han perdido. Trazar líneas rojas alrededor de sí mismos es la única manera que han encontrado para disimular que no quieren o no saben articular pacto alguno. Quien introdujo el concepto de las líneas rojas y quienes se abrazan a esa coartada (para distraer la atención, no vaya a ser que se note su escasa altura política) algún día se encontrarán en el infierno de Woody Allen con el que inventó los muebles de metacrilato.