Análisis

Un Sánchez crecido va a intentar lo que parece imposible

Si los barones, ni los históricos de la vieja guardia, ni los presidentes de comunidades autónomas, ni siquiera Felipe González; nadie ha podido con Pedro Sánchez y su determinación de intentar un pacto de Gobierno con Podemos e Izquierda Unida. Tampoco las reacciones adversas que -lo sabe de sobra- se van a producir entre los países europeos socios y amigos, los mercados y el empresariado, que se empezarán a advertir mañana mismo. De nada han servido las advertencias, las líneas rojas, los anuncios -en ocasiones rayando lo catastrófico- sobre el futuro de España y del propio PSOE en caso de acuerdo con la extrema izquierda leninista que representan Iglesias y sus compañeros de aventura política y con la IU de Alberto Garzón.

Sanchistas y antisanchistas se han pasado la semana de reunión en reunión, conspirando unos -los que están contra las políticas del secretario general y prefieren que gobierne el PP- y defendiendo otros la alianza por la izquierda, convencidos como están estos últimos de que al Partido Popular no hay que darle ni agua, cuando, si cuaja el pacto, los votos populares serán imprescindibles para modificar no ya la Constitución sino la aprobación de cualquier ley orgánica o norma relevante; es decir, toda reforma profunda o de calado que se pretenda desde un Gobierno que presidiera Sánchez estaría de antemano condenada al fracaso sin la anuencia del PP. Por eso mismo, negarse al diálogo es un desatino mayúsculo y, como bien apunta el portavoz parlamentario de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, “Rajoy ha sido negligente, pero el PP no puede ser un apestado”. Es lo que tiene la vuelta a los sectarismos y a los cordones sanitarios tipo pacto del Tinell que emplea Sánchez como en los peores tiempos de Zapatero.

Pues bien, Sánchez ha ganado su primera gran batalla aunque el comité federal socialista le ha insistido en las líneas rojas del pacto -nada de referéndum de autodeterminación o de ejercicio del inexistente, constitucionalmente hablando, derecho a decidir si no lo hacen todos los españoles de consuno y en la necesidad de seguir defendiendo un modelo de sociedad que no casa nada con el tercermundismo de Podemos y las demandas de IU. Los dirigentes del partido son conscientes de los riesgos o desventajas de esta posible alianza, pero los prefieren a cualquier entendimiento con el PP -”ni por activa, ni por pasiva, ni por perifrástica”, como dijo el presidente valenciano Ximo Puig, o “que Rajoy abandone toda esperanza”, tal cual señaló Sánchez-, por entender que ayudando a los populares fortalecerían a Podemos y los invalidaría a ellos mismos como alternativa-, pese a que esta fórmula daría al país la estabilidad que necesita y al futuro Gobierno la garantía de cumplimiento de un plan de reformas fijado con los populares y con Ciudadanos, equivalentes a 243 diputados y más de 16 millones de votantes.

La formación de Albert Rivera va a quedar al margen del pacto, salvo que se produzca un milagro que deje fuera a Podemos, ya que en ningún caso, según han dicho sus dirigentes, va a apoyar un Gobierno en el que se incluya al grupo de Pablo Iglesias. Con lo cual, las matemáticas no fallan: o Pedro Sánchez logra los 161 votos previstos (sus 90 más los 69 de Podemos y los 2 de IU) y la abstención de Ciudadanos o le resultará imposible su investidura como presidente del Gobierno, salvo que le apoyen tres o cuatro diputados de las formaciones independentistas a cambio de nada, porque ya han dicho los actuales dirigentes socialistas que ni quieren ni pedirán el voto a esos partidos, aunque si se los dan, serán bienvenidos. No me cabe en la cabeza que, jugándose la investidura, Sánchez los rechace sin más, como le piden algunos.

Así las cosas, es obvio que persiste la desconfianza hacia el secretario general y que se le va a dejar actuar -acotándole al máximo, como ya dije, el campo de los pactos-, pero la última palabra la tendrá siempre el comité federal, como ha ocurrido con la fijación, para el 8 de mayo, de la elección del secretario general y con el adelantamiento, a los días 21 y 22 de mayo, del 39 congreso socialista, cuyas celebraciones pretendía retrasar al menos hasta bien entrado junio el aparato del partido; no lo ha logrado por la presión del sector crítico y por consiguiente el puesto de secretario general, de no conseguir Sánchez la investidura, puede estar en el alero si Susana Díaz o algún aspirante de peso (Carme Chacón o Eduardo Madina, por ejemplo) dan un paso al frente y aspiran a desplazar al actual líder del PSOE.

Pero Pedro Sánchez , ambicioso, imaginativo y buen jugador, ha llevado la bola al campo que no esperaban sus adversarios dentro del PSOE y ha propuesto que la propia militancia socialista ratifique en primera instancia los posibles acuerdos que alcance para la formación de Gobierno. Sabe bien que los casi 200.000 afiliados prefieren una alianza con IU y Podemos a un convenio con el PP, aunque sea alto el precio que haya que pagar y él mismo se juegue su futuro político a una carta. Lo malo es que, bajo el pretexto de actuar en la misma línea que sus posibles aliados, retrotrae al PSOE a viejas prácticas asamblearias ya desterradas en el mundo democrático occidental. Pero a Sánchez todo le vale con tal de sacar adelante su proyecto, pese a quien pese y cueste lo que cueste, incluso un eventual cisma en el seno de su debilitado partido.

De poco sirve que Sánchez hable de ideales y diga que tiende la mano “a derecha e izquierda, sin frentes”, si luego ignora al PP cuando propone la reforma constitucional, la revisión del Pacto de Toledo sobre las pensiones, del sistema de financiación de las comunidades autónomas y de los partidos, la eliminación de los aforamientos de senadores y diputados y otras iniciativas que deberá pactar si accede al Gobierno sin mayoría absoluta. No sé si el máximo dirigente socialista es consciente de que una cosa es ser investido presidente y otra bien distinta formar un Gobierno coherente y conducir la política nacional con arreglo a un programa con el apoyo expreso de Podemos e IU -o en su caso de Ciudadanos-, y la posible complicidad de nacionalistas e independentistas en una legislatura que se presenta más que complicada. ¿Qué garantías tiene Pedro Sánchez, vistas las demandas, ya planteadas por sus potenciales socios, de sacar adelante un proyecto “de izquierdas, reformista y progresista” en el que los gastos sociales se supone que van a jugar un papel prioritario -sólo las iniciativas parlamentarias presentadas por PSOE, Podemos e IU ya suponen un gasto añadido al de los Presupuestos del Estado de 2016 de unos 25.000 millones de euros- cuando están pendientes nuevos recortes exigidos por Bruselas y el país tiene que hacer renovados esfuerzos en materia de ajuste para poder atender a la vez el pago de las pensiones y de la deuda de casi un billón de euros y la reducción del déficit público? Item más: ¿Qué se puede esperar de quienes, carentes de experiencia gestora pública y privada, pretenden ocupar cuatro o cinco ministerios clave y aplicar además unas políticas tercermundistas fracasadas en países con regímenes dictatoriales y populistas o en otros de extrema izquierda como Grecia, que ha servido y sirve aún de modelo a Podemos?

Si cuaja este legítimo intento de Pedro Sánchez de formar Gobierno compartido -sin precedentes en la España democrática- con quienes defienden un Estado plurinacional y una economía intervenida, la duración del pacto va a ser inevitablemente muy corta, por las contradicciones entre los socios y la inviabilidad de políticas a lo Zapatero, sin el menor sentido de la realidad circundante y de las obligaciones del país con sus socios europeos. Por eso siempre sería mejor asociarse con quienes, como el PP y Ciudadanos, ofrecen alternativas realistas y coherentes más apropiadas para resolver los problemas del país y contar con un respaldo holgado a la hora de emprender las grandes reformas que España necesita, en una hoja de ruta que podría fijar el propio Sánchez y apuntarse así el tanto.
Vamos a esperar a ver cómo discurren los primeros contactos entre partidos, mientras Rajoy y el PP parecen desconcertados ante el discurrir de los acontecimientos ya que sólo pueden esperar el fracaso de Sánchez para poder jugar, en su caso, un intento de investidura a la desesperada que, tal y como están hoy las cosas, acabaría también en fracaso y habría de significar una nueva convocatoria electoral que provocarían enorme inestabilidad… pero ya sin el actual y obcecado candidato socialista.