el charco hondo

Sapo

Ambientado en Luisiana, aquel transcurre en las tierras pantanosas de Bayou, con el Misisipi como telón de fondo de amores, hallazgos y embrujos. Éste otro, el cuento de la Infanta, también ha transcurrido en superficies pantanosas. En éste otro, el de la hermana del rey, la princesa también besó a quien aparentaba ser príncipe (tan olímpico, alto, fuerte, medallista y vasco él), y sin apenas terminar de despegar los labios el aparente se convirtió en un sapo que en La Zarzuela están tragándose de sol a sol. A la infanta, como al personaje de Disney, el héroe del cuento le salió rana; siendo habitual que beses al sapo y aparezca un príncipe, no fue así, sino justo al revés. A estos, a los dos, se los comieron las perdices. Como en los cuentos, pero al contrario. Del color al blanco y negro, lo que empezó en rosa acabó en novela negra. La foto de la hermana del rey en el banquillo muestra de qué forma la monarquía se ha llenado de ojeras tan acelerada como gravemente. La institución ha envejecido un siglo en apenas veinte años. Basta poner las fotos olímpicas junto a las imágenes judiciales para comprobar que la familia del jefe del Estado ha pasado del púrpura al peor de los grises. Las sombras han ido ganando terreno a las luces con demasiada virulencia, a la velocidad que han marcado excesivos tropiezos, no más rápido, pero tampoco menos. El elefante no murió en vano. Cumplió sin quererlo una misión. Marcó en el calendario una línea (roja, ésta sí) que acabó con el padre e hipotecó al hijo. Quienes en el pasado abanderaron la marca España hoy la comprometen (la Casa Real y Cataluña tocaron el cielo en 1992 y ahora, apenas unos años después, deben salir del subsuelo). La monarquía tiene que recuperar el pulso, debe lograr que la sociedad vuelva a percibirla como una institución verdaderamente útil, porque de tanto tragar sapos -de besar a quien no deben- corren el riesgo de que el sapo se los trague a ellos.