el charco hondo

Strippers

Aún ocurriéndole año tras año, siempre por estas fechas (febrero arriba, febrero abajo), no deja de asombrarse cuando vuelve a pasarle. Al revés, la sorpresa y el desconcierto suben como la espuma de la cerveza. Siempre ha sido así; y si alguna vez fue diferente no lo recuerda. Cada año lo mismo, o mejor. Así se entiende que, queriendo descifrar lo incomprensible, conozca lo suyo como la palma de la mano, con sus veintisiete huesos agrupados en muñeca, digitales y palma. Cada año, una y otra vez, siempre por estas fechas (febrero arriba, febrero abajo) el piramidal, los escafoides y el trapezoide abandonan su posición, facilitando con una reubicación periódica e intermitente que los metacarpianos primero, segundo y cuarto hagan lo que podría catalogarse como un aclarado de falanges mediales y distales. En lo que sería un análisis epidérmico del proceso, estos cambios no los percibe en el transcurso de las primeras semanas del mes; solo cae en que de nuevo está ocurriéndole a finales de enero, coincidiendo con el momento en que lo suyo comienza a ser más o menos visible, más o menos perceptible. El cuadro clínico se acelera cuando llega febrero. A partir de ese instante todo se precipita. Entonces sí, los escafoides giran sobre sí mismos, facilitando que metacarpianos, mediales y distales abran un hueco entre la palma y la muñeca (de la mano derecha, siempre) asomando al cabo de los días un cuerpo esférico con piedras o semillas secas en su interior. El cuerpo, idiófono, es tremendamente percusivo. Al menos hasta la fecha, no ha dado con un traumatólogo capaz de explicarle cómo es posible que cada doce meses los veintisiete huesos se organicen para dejar que lo suyo tenga lugar. Este año está pasándole otra vez. Como siempre, cuando se acercan los carnavales, está comprobando (más novelero que atónito, eso sí) de qué forma entre los huesos le sale una maraca que no va a desaparecer de la palma de la mano hasta el domingo de piñata.