domingo cristiano

Tú no hagas daño – Por Carmelo Pérez

Primum non nocere (“Por encima de todo, no hagas daño”). La frase se atribuyó durante largo tiempo al médico griego Hipócrates, a quien muchos consideran el padre de la medicina. Hoy no está tan clara su autoría. Da igual quién la pusiera en circulación, lo cierto es que me parece una conmovedora manera de alertar a los doctores sobre lo que tienen entre manos: “Tu paciente no es un cáncer, es un ser humano. No es una enfermedad, es una vida. No le hagas daño”, parece advertir. El doctor Henry Marsh, uno de los neurocirujanos más notables de Gran Bretaña, ha escrito un libro con ese mismo título. Con serenidad, hace memoria de la huella que han dejado en su vida las más de mil operaciones de cerebro que ha practicado. A punto de jubilarse, Marsh reconoce que sigue sobrecogido por la capacidad que tienen sus manos para mejorar la vida de las personas… y también para destrozarla definitivamente. De forma no culpable, es evidente. Pero eso poco importa a quien queda en coma para siempre.

No hacer daño es la consigna. Parece poca cosa, un poema incompleto cuando de lo que se trata es de curar. Pero no es tan insustancial como aparenta. Ni en el quirófano ni en la vida de la Iglesia. No hacer daño es una privilegiada manera de hacer el bien. No es una mera falta de acción, sino la decisión consciente de no amargar la vida a los demás, de no ensuciarla. Eso mismo le corresponde hacer a la Iglesia. No hacer daño es parte de su cometido. De ahí que la acogida, las puertas abiertas, la sonrisa, la compresión, la escucha, el diálogo… y cualquier otra forma de abrazar al mundo ha de ser la prioridad para la comunidad de los creyentes en Cristo.

“Me han enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”, dice Jesús sobre sí mismo. Y así marca el camino a sus seguidores: más auténticos cuanto menos daño hagamos, cuando lo más importante sean las personas, cuando las leyes y todo el edificio estén al servicio de los hijos de Dios, cuando ejercitemos con los demás la paciencia que él tiene con nosotros.

La Iglesia hace daño sin querer, es un hecho. Lo hacemos sus miembros y lo hace la institución. El Año de la Misericordia nos plantea el reto personal y comunitario de observarnos con ojos nuevos a esos dos niveles. Y desde ahí hemos de reconstruirnos. Es fácil, se empieza no haciendo daño y todo lo demás viene luego, porque la Humanidad suspira por una palabra de aliento en la que confiar. Esa la tenemos, porque ha puesto su tienda entre nosotros. Toca recuperar la credibilidad ejercitando la misericordia, sin miedo a mirar de frente el mal que hacemos, porque somos conscientes del bien que Dios hace a través de nosotros.

@karmelojph