el charco hondo

Vaquilla

Al torero que coge en brazos a su hija mientras torea una vaquilla bien podrían quitarle la custodia de la niña
-¡hay quien lo está pidiendo!-. Tendrían que retirarle el carné de conducir, y el DNI. Qué menos. Con razón han estallado las redes sociales. Razonable, y justo, claro que sí, que su irresponsabilidad se convirtiera en trending topic o que haya sido condenado a cadena perpetua en el planeta Twitter. Normal, y proporcionada, la reacción de alegadores y autoridades; es lógico que, fotografía en mano, el ministro de Sanidad -Alonso en funciones- pida un toque de atención al torero, o que el Defensor del Menor dé traslado y que la Fiscalía abra un expediente. ¿Normal? ¿Proporcionado? ¿Lógico? Pues, no. La ventolera tendría fundamento si quienes se han escandalizado con el episodio de la vaquilla -¡a la hoguera con él!- también se echaran las manos a la cabeza y pusieran el grito en el cielo cuando a diario, aquí, allá, en fiestas o en las vísperas, en reuniones familiares y eventos deportivos un amigo, cuñado, primo o vecino coge en brazos a su hija mientras fuma sin descanso, coge en brazos a su hija mientras vomita sobre el árbitro barbaridades descatalogadas, coge en brazos a su hija mientras baila a las tantas junto a una bomba de sonido, coge en brazos a su hija mientras intercambia gritos con su pareja, coge en brazos a su hija a pie de carretera en un rally. Sumarse a un aquelarre es tentador, sí, pero lo del torero es tan criticable -no más, ni menos- como tantas escenas que observamos a diario sin escandalizarnos, permisivos, dejándolo estar.

Es que el torero es un personaje público, argumentan. Los hijos que están en brazos de sus padres cuando fuman, insultan, gritan o torean una vaquilla, partícipes involuntarios de la imprudencia de los adultos, sufren en idéntica medida esa situación de riesgo sea el papá fontanero, neurocirujano o torero. La única diferencia es que en unos casos escribimos tuits y en otros lo dejamos estar.