superconfidencial

A ver cómo les cuento esto

1. Al menos a mí me pasa, no sé si poner primero el título de los artículos y después escribir el texto, o al revés. Confieso que hay veces que me siento ante el ordenata y no sé de lo que voy a escribir; es entonces el momento de tirar de oficio. Y meto un título. Y por ahí voy, derechito a las 390 palabras, más o menos, que me exige el puto folio. Cuando llego al final me entra una especie de satisfacción íntima, porque, para lo que hay, lo verdaderamente difícil es encontrar un tema, darle la vuelta y cuadrarlo. No tendría problema si hablara del REF, que es un coñazo, o de los pactos, que como no existen dan pábulo a la fantasía. Pero estas cosas se las dejo yo a los cronistas plomos, que los hay y que son de todos conocidos. Cronistas que ignoran lo que es la síntesis y que sólo escriben de asuntos sesudos que no les interesan sino a cuatro o cinco. O a ninguno.

2. Quería decirles, ya que hablo de mí, que me encantan los tableros de ajedrez y sus figuras con diversos motivos. Y que tras mis múltiples mudanzas me he encontrado uno dedicado a Boabdil el Chico, que compré en Granada en la noche de los tiempos; otro a la batalla de Tenerife-Gutiérrez contra Nelson-; y otro, incompleto y maltrecho, con un motivo medieval pacífico. No valen nada, pero decoran un montón. Con las mudanzas van apareciendo cosas, como una sección de Artillería de la Unión, de plomo, con cañón y cañoneros incluidos, que compré hace muchos años en la plaza de San Telmo de Buenos Aires. Figuras minúsculas, pero los soldaditos están muy bien pintados.

3. Yo supongo que cuando yo me vaya pal carajo nada de esto va a interesar lo más mínimo a nadie, así que acabará en el rastro, que es donde terminan las cosas interesantes; y a volver a empezar. Pero, ¿y lo que he disfrutado, qué? ¿Cómo se paga eso? Los que tenemos un moderado complejo de Diógenes disfrutamos con pequeños detalles que vamos reuniendo, con recuerdos que no sirven para nada, ni tienen gran valor material, pero que van conformando el museo de la vida de uno, que al fin y al cabo tampoco es una gran cosa.

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