El verso de Rajoy

Enrique Bunbury canta en uno de sus temas “un buen verso quizás sea el lado valiente de un cobarde”. Podemos o no estar de acuerdo con la afirmación, pero en la obvia y subjetiva primerísima persona estoy totalmente de acuerdo. De hecho, esa valentía envuelta en versos le ha costado la vida a muchos a la hora de defender sus ideas. En nuestra particular mixtificación patria el primero que viene a la cabeza es Federico García Lorca. Sus palabras -su vida en sí, también- generó el odio de los ignorantes y salvajes y eso le costó morir en una cuneta aún por descubrir. En el caso de Domingo López Torres fue la inmensidad del mar y esa misma barabarie lo que provocó que su cuerpo desapareciera. Ambos y otros -allá en Granada o aquí en esta isla de aislados- mostraban su valentía a través de un arma que entonces era tal. El poeta, el intelectual, la razón y el arte conformaban un valor de trascendencia, de ahí que el terror se abalanzara sobre ellos. Son solo dos ejemplos. Y hoy los hay también en lugares donde la cultura es un don para cambiar el mundo, por lo que los escritores y sus versos son censurados o acallados con el asesinato. Ese lugar no es España, porque aquí un verso ya no representa nada en esta sociedad narcotizada por las palabras vacías o el silencio.

Mariano Rajoy -mezclar ahora a nuestro presidente en funciones con Bunbury, Lorca y López Torres es un pésimo verso- es un cobarde. Es el ejemplo perfecto del silencio y la banalidad en la política española. La resistencia en la retaguardia y esperar el error ajeno, más que apostar por su propia valía, lo definirá para siempre. Puede que le funcione, que, ante la miseria intelectual, se imponga ese juego de bambalinas y termine siendo presidente de nuevo. Con todo, uno alberga la esperanza -quizás vana e inocente- de que tras esa cobardía exista un lado valiente y que en la penumbra de su despacho o en el segundo antes de caer en el sueño, Rajoy recree una ligeras rimas, quizá alguna conjunción de palabras, una sintáxis… y sea capaz de elaborar “un buen verso”, nos lo recite a todos, dé un paso a un lado y, al menos, pase a la historia por, en el último instante, tener un gesto de grandeza y abandonarnos. Por suerte ya no hay cunetas anónimas, ni sacos con piedras, pero, igual, un verso -un gesto, unas breves palabras- nos proporcione la oportunidad para que algo cambie y nos cambie.