NOMBRE Y APELLIDOS

Woody Allen

Nunca he podido, ni tampoco he sabido, responder con la concreción exigida a las recurrentes preguntas sobre preferencias literarias, plásticas, musicales, plásticas y cinematográficas; tal vez porque soy muy abierto en mis gustos y aficiones y porque no he perdido la ilusión de la sorpresa ni he cerrado el catálogo de la admiración. Sin embargo, no tengo dudas en revelar mis comidas, ocios y deportes favoritos e, incluso, mis manías o imparables tics. Con el singular Woody Allen -desde el 1 de diciembre, el octogenario Allan Stewart Konigsberg- no tengo dudas y, entre un espléndido ramillete de genialidades -Manhattan, Delitos y faltas, Todos dicen I Love You, Hannah y sus hermanas y La rosa púrpura del Cairo, por ejemplo- emerge la incomparable Días de radio – realizada en 1987, con música de Dick Hyman y un magnifico reparto con Mia Farrow, Danny Aiello, Diane Keaton, Tony Roberts, Julie Kavner y el actor revelación Seth Green- una obra capital para entender la biografía del cineasta neoyorquino y los rumbos espirituales del último medio siglo, pese a su discreta acogida por el público y el frío tratamiento de la crítica. Mi identificación intelectual y afectiva con esa película tiene mucho que ver con la memoria de infancia, con las horas gobernadas por las novelas radiofónicas y discos dedicados que seguían las madres y las mujeres de la casa, a la vez que cumplían labores de costura y/o bordado, y por la enfática de los lectores de las tabaquerías que, compensados con una cuota de puros elaborados por sus compañeros, desgranaban capítulos de folletones franceses, lances de capa y espada, intrigas policiacas y aventuras del Far West y, en las pausas, encendían la radio para oir noticias de personajes notables, boleros y bandas sonoras de cine. Los asuntos de amor y riesgo y la música de moda fueron alternativas asequibles y atractivas frente a los menús ordenados en los primeros años de instituto y, por esa vía sentí que, las carencias y las insatisfacciones podían tener remedios similares para los muchachos de la urbe colosal y para los del rincón provinciano. Determinada por su pasión musical -el film es una antología de los años cuarenta y cincuenta- todavía no he encontrado un tratado más cercano de la nostalgia ni de los sueños satisfechos por la industria del celuloide a través de meternos en vidas ajenas, siquiera por horas, y me reafirma en la opinión la reposición, veintiocho años después, por una cadena temática, casi sin anuncios previos.