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¿Y a qué hora te acostaste?

1. La pregunta que hace todo el mundo a todo el mundo en estos días de jolgorio de final de año y principio del otro es: “¿Y a qué hora te acostaste?”. La hora de llegada a casa resume la diversión -se supone que si llegó temprano no se divirtió nada, si llegó tarde, sí- y el vacilón disfrutado en los fiestorros al uso, tan llenos de tópicos: de gorritos estúpidos, de incómodos matasuegras, de serpentinas que se te meten en el ojo por la poca pericia del que las lanza y de champán derramado en el esmoquin comprado a buen precio en Borrella. Prenda que luego hay que llevar a la lavandería a que le den un repaso porque de lo contrario se te queda empegostado para los restos. El resumen del final de año es la incomodidad elevada al cubo y el disfrute -entre comillas- de una diversión estereotipada y antipática que al final te deja peor que como te encontró, a no ser -y ya esto se da poco- que ligues y que te la lleves temprano a casa. Entonces te da igual que te pregunten a qué hora llegaste porque, a cualquiera que hayas llegado, llegaste bien puesto. “Pues a la una y cuarto”, respondes. “Joder, vaya mierda, pues entonces la fiesta fue un tranque”. “Un tranque, no” -piensas, pero no lo dices- “gilipollas, si supieras que me fui con la mejor chica y que nos acostamos temprano para aprovechar la noche, mientras tú hacías el imbécil con el matasuegras”. Y eso.

2. Yo odio las fiestas estas. Pero desde hace mucho tiempo, no crean ustedes que no. Los Reyes, no. Los Reyes son otra cosa. Recuerdo a mi padre, en la noche de Reyes, que colocaba todos los regalos, en exposición, sobre su cama y explicaba a los que acudían a verlos quiénes se los habían hecho: nosotros, mi madre, mis abuelos, los amigos. Antes se regalaba con el corazón y todo el mundo quedaba conforme. Ahora, no; ahora la gente va y cambia los regalos en El Corte Inglés.

3. Por fin se acaban estas fiestas y todo vuelve a la normalidad, incluso a la recepción puntual de la carta negra de Hacienda, que es el elemento que marca el regreso a la cruda realidad después de unos días que se califican como mágicos y llenos de ilusión, de acuerdo con los tópicos al uso y con la propaganda marquista.