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Amor papal

1. Le han descubierto una amiga al papa san Juan Pablo II. Una amiga americana, de origen polaco, llamada Anna-Teresa Tymieniecka. Casada y con tres hijos. La historia empieza cuando la filósofa escribe un libro, se lo envía al entonces cardenal Wojtyla, titular de la diócesis de Cracovia, luego papa. Se citan y nace entre ellos primero una amistad y posiblemente luego algo más, aunque de momento no hay indicios de que el papa, canonizado, vulnerara el voto del celibato. ¿Acaso no amó Jesús a María Magdalena? ¿Dejó de ser por eso hijo de Dios? Las cartas del papa a Anna-Teresa fueron compradas a un marchante de documentos por la Librería Nacional de Polonia y han caído en manos de la BBC, que ha emitido un reportaje sobre este amor. Las de ella al papa se sospecha que se encuentran en la misma biblioteca, pero de momento no hay señales. Hay una expresión que recoge el entonces cardenal en una de sus misivas a su amiga que da que pensar. Se refiere a lo confundido que se muestra el eclesiástico cuando ella le escribe: “Te pertenezco”. El cardenal Wojtyla no sabe qué hacer, ni qué decir, y le manda, como respuesta a su amiga, un preciado escapulario.

2. Se han hallado fotos de los dos en el monte -el cardenal en pantalón corto-, junto a una caseta de campaña y dos sillas. Wojtyla pernoctó en la casa familiar de Anna-Teresa en los Estados Unidos y ella fue varias veces a Cracovia y luego al Vaticano. En el documental de la BBC aparece un anciano papa Juan Pablo II dando un cachete cariñoso a su amiga, muy mayor. Ella falleció hace cuatro años, así que de su propia voz no podremos saber nada de esta historia, mucho menos de la del papa. Cuando aparezcan las cartas de la amiga al dignatario se desvelará lo que no se conoce de esta relación.

3. Estos datos, para mí, humanizan más la figura de un gran papa, el más joven del siglo XX -accedió al trono de Pedro a los 58 años-. Durante 27 dirigió la Iglesia, pero ante todo era un hombre. Así que personalmente me alegro de su historia que a lo mejor derrite las conciencias de los más duros defensores del absurdo celibato, que ni siquiera todos le suponen al fundador de la Iglesia, el propio Jesucristo.

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