superconfidencial

Cuando el teléfono no suena

1.Me contaba un famoso político de la UCD, paz descanse, que lo peor de la política es la hora final, cuando te vas o te han echado y se produce un terrible silencio en los teléfonos. Nadie te llama, ni nadie te contesta. Es el final. Cuando esto ocurre has llegado al límite de tu vida activa y si quieres mantener el orgullo, resígnate y sonríe. Y no llames a nadie, no vale la pena. Porque, con los rigores del tiempo sobre tu cabeza, con los hilos de plata apoderándose de tu cabello, has terminado. A los viejos periodistas nos pasa igual, aunque logremos mantener columnas que se han quedado desfasadas porque ya no cuentas sino tu vida. Aborreces sinceramente la actualidad y te has quedado más solo que la una, luchando contra ti mismo por sacar adelante unas líneas con algo de sentido. Aunque he de reconocer que todavía me paran en El Corte Inglés para que firme libros y algunas lectoras animosas se quieran fotografiar conmigo; es decir, que donde hubo siempre queda, pero nada más que eso.

2.Amigos me preguntan por qué estoy tan triste y por qué se me ha agriado el carácter. ¿Y les parece poco lo que me ha pasado? Yo ya no quiero ser simpático, me aburre casi todo y nada más me consuelo aprovechando el insomnio para escribir. Pero he intentado empezar mi tercera novela y sólo me sale mi propia biografía, ninguna otra trama. Ya está bien de desnudarme ante el lector, me ha llegado la hora del pudor. He aparcado el proyecto: ni novelas, ni guiones, nada. Y me impongo el límite de meses, pocos, para mantener esta columna, porque me siento realmente agotado, después de 46 años escribiendo todos los días.

3.Cuando quiero explicar todo esto, tampoco me cogen el teléfono. La ilusión palpitante del primer libro -una biografía-, la satisfacción del éxito -30.000 libros vendidos de El mago y su cuñado-, todo eso se acabó. Ya no hay nada, sólo 380 palabras diarias aquí, para contentar a viejos lectores, quizá tan viejos como yo. Y luego, el silencio. Esta es una profesión ingrata que tú mismo te has buscado. Quizá ha llegado el momento de compensar el daño que has podido hacer a los demás provocando tu propio silencio.