nombre y apellido

Echedey

Desde el Mirador de este nombre, me reconcilié años después con la visión panorámica de Puerto Naos, la mejor y más extensa de las playas palmeras; ayer, me parecieron más leves, o menos graves, los excesos volumétricos e improvisaciones en este privilegiado litoral. Y, además, descubrí también el justo y tardío homenaje a un jefe aurita, que defendió con valentía su cantón y su gente y que, como en todas las colonizaciones, fue eclipsado por la fuerza, memoria y propaganda del enemigo y por el rumbo nuevo de la historia. Hacia 1447, Guillén Peraza, hijo y heredero de Hernán el Viejo, Señor de las Canarias, al mando de una flota de tres navíos y cientos de hombres de armas, aportó al oeste de Benahoare con ánimo de conquista y captura de esclavos para la venta en su Sevilla natal. La respuesta sorprendente y la inapelable derrota a manos de los nativos motivó la huida apresurada de los extranjeros, diezmados en número y con el cadáver de su jefe, muerto de una certera pedrada “en la flor marchita de la su cara”. En La Gomera se oficiaron las exequias y, desde el fraile Abreu Galindo en adelante, los historiadores canarios reprodujeron las endechas anónimas que se cantaron en su homenaje y constituyen la piedra sillar de la literatura castellana en nuestros lares. Promovido por el Cabildo Insular y ejecutado por la Consejería de Cultura un severo monumento -un pliego de acero cortén- con sendas leyendas evoca el suceso; la primera relata la dignidad y arrojo de los nativos que rechazaron el ataque e hicieron valer su derecho a la patria; la segunda recoge los famosos pentasílabos, modelo primoroso de la poesía elegíaca en lengua castellana que, en loa del doncel y arrebato dolorido, maldicen la isla libre y ajena donde cayó y le desean los peores castigos, terrible premonición de las actividades volcánicas registradas desde el Siglo de la Vela hasta nuestros días. Episodio atractivo y proclive al maniqueísmo de parte, la solución adoptada para perpetuar su memoria, conceptual y plásticamente es acertada y lúcida; admirablemente equilibrada porque pone en valor la acción heroica de Echedey -la médula histórica y ética de la efeméride- y, a la vez, como epílogo creativo, la inspiración del juglar anónimo que, ante una muerte en la flor de la juventud, vistió con hermosísimas metáforas la mala andanza del veinteañero que, en busca de bienes materiales, glorias y vanidades, fracasó en su prosaico empeño y tuvo, sin embargo, tan compasiva justificación y elusiva necrológica.