domingo cristiano

Estos ruidos y aquellas prisas – Por Carmelo Pérez

Hace mucho tiempo que los pies de la mayoría no pisan tierra sagrada. Me refiero a que el día a día se come a las personas y a un afán le persigue otro sin solución de continuidad. Que vivimos a ras de suelo, vaya.

Esto lo he pensado tras leer el episodio del encuentro de Moisés con Dios, representado por la zarza ardiente que no se consume. La escena, bella y terrible, está como envuelta en una bruma de serenidad, de reposo. El autor del texto refleja algo parecido a un momento decisivo, un acontecimiento supremo: para Dios y para el patriarca.

“Quítate las sandalias de los pies, pues la tierra que pisas es terreno sagrado”, le dice Yahvé a nuestro padre en la fe. Que viene a ser lo mismo que proponerle vivir aquel instante como uno de los más definitivos de su vida. Moisés acoge el misterio de Dios en su existencia y ya nada será lo mismo para él. Mira a Dios cara a cara y eso no se olvida.

Hay encuentros que tienen esa magnitud: de repente, la vida toda cobra sentido con ellos o empieza a intuirlo al menos. Personas, circunstancias, sucesos… En un instante, todo puede abrir la puerta de la hondura que el hombre añora. Con mucha diferencia, la consciencia de la propia grandeza o de los límites propios es la mayor provocación para dar un giro radical a los andares.
Pero para oírse por dentro es preciso frenar y callar. Y no corren buenos tiempos para ninguno de estos dos propósitos que, por cierto, ahora leo que forman parte de las recomendaciones más vivas de las modernas escuelas de autoconocimiento y realización personal. “Pase al menos 15 minutos en silencio total cada día, pensando en usted mismo”, encuentro en uno de esos manuales de autoayuda.
El problema es que estos ruidos y aquellas prisas del día a día amortiguan, cuando no silencian, los latidos de nuestros adentros. Y así no se puede, porque nos construyeron para tomarnos en serio, no para manejarnos en serie. Tantos ruidos, tantas llamadas, tantos reclamos… Y esas prisas por llegar a ninguna parte, para comenzar luego una nueva carrera hacia la misma ninguna parte. Cada uno debe poner nombre a sus ruidos y sus prisas. Es una tarea liberadora. Sanadora.

Y con estos límites ya en nuestro yo más consciente, es entonces cuando el terreno que pisamos comienza a volverse sagrado, porque la Historia y el tiempo se revelan como cuidadas excusas inventadas por el Dios que nunca se consume y quiere encontrarse con cada hombre.
Es entonces, cuando buceo en quién soy, cuando cobra sentido lo que Dios dice de sí mismo: “Yo soy el que soy”. Que Dios es, existe, y se dirige a mí es el más rotundo chute de esperanza, el único capaz de dar vida a los días.

@karmelojph