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La mala educación

1. Siempre ha existido el energúmeno al volante, especie muy común sobre todo cuando al velillo se le va la mano en el porro, la cocaína o el ácido. Muy propio de estos Carnavales pasados, por ejemplo. Aquel talante tolerante del Carnaval ha desaparecido y, probablemente la crisis y su crispación, han dado pie a que el elemento barriada saque a relucir sus más violentos impulsos. Muchos de ellos van vestidos como los dirigentes de Podemos; otros no votan, ni les interesa lo más mínimo sino el caos. Bueno, más o menos como a muchos de los votantes de Podemos. Y, si no, ahí tienen a los que defienden a los titiriteros pro etarras de Madrid y a los que van a apoyar en los juzgados a quienes han aporreado a policías y a compañeros, a estos últimos por ejercer su legítimo derecho a ir a trabajar. Son esos que llaman “piquetes informativos”, que está bien que existan en Argentina, donde los piqueteros son los reyes, pero en España no hacen falta.

2. La mala educación se ha impuesto totalmente en esta sociedad. Y lo que nos queda, porque el panorama no es, ni mucho menos, una perita en dulce. Es negro como nuestra propia suerte. El energúmeno al volante, paradigma de este tipo de comportamientos, te echa el coche encima, te insulta si vas despacio, te bloquea el camino e incluso puede agredirte si ve la ocasión. Se trata de un tipo violento y mal encarado que no es feliz y que quiere contagiar su ira al resto de los mortales. Cuando yo escribí de los ciclistas, en plan humor, un tal Fran comenzó a insultarme como un poseso. He guardado los correos para llevarlos al juzgado, porque incluso me amenazó de muerte, pero ¿tal y como está la justicia vale la pena? Ya veré. Tengo tiempo.

3. Cuando vayas a un barrio marginal de Santa Cruz con apariencia de señorito, con un buen coche, y te encuentres con uno de ellos, mi consejo es que regreses cuanto antes a la civilización, donde hay más policías y el energúmeno no se encuentra en tu terreno. Yo, cuando acudo a una zona que no conozco, voy en taxi. No quiero que la ira de estos memos caiga sobre mí, sin comerla ni beberla.
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