A veces soy humano

La mirada de un perro

Pocas cosas hay más expresivas que la mirada que nos dedica un perro, mucho más si ese generoso ser de cuatro patas es parte de nuestra familia. Nunca he visto en esa mirada almendrada rencor ni reproche alguno, aunque en más de una ocasión pudiera tener motivos para afearnos alguna conducta o el poco tiempo que le dedicamos. Son los cánidos una estirpe muy especial, lejos de atribuirles valores o características propias de las personas, sí confieso que poseen y manejan un catálogo de sensibilidades, comprensión y expresiones de alegría por las pequeñas cosas que, desgraciadamente, no percibo en muchos de esos que nos llamamos seres humanos.

La fidelidad de un perro, aun en las más adversas situaciones, es absolutamente incondicional. Si forma parte del ecosistema de esa familia que hace suya y defiende, si es libre y al tiempo respetuoso para expresarse, si conoce y acepta su rol en el entramado del hogar, en ese caso el perro se cuela por los vericuetos del cariño más profundo y sincero. Hay conceptos intangibles para quien nunca ha tenido la suerte de compartir parte de su vida con un perro. Desde luego la compañía que ofrecen con su serena presencia, aunque sea simplemente echándose a nuestro lado uno de esos días que preferiríamos olvidar. También la perspectiva y constatación de libertad que se destila al verlos correr por el monte es otro aspecto que no se puede encuadrar en palabras. Las aventuras y descubrimientos que anidan en su genética y noble naturaleza ancestral, también nos acerca al origen de esa lealtad y devoción que profesan a las personas con las que comparten su vida.

Hasta cuando llega el final hacen un esfuerzo por complacernos. Atrás quedan los días de saltos y vueltas de emoción cuando cogías el collar y la correa para salir juntos a la calle o a esas pistas forestales de nuestros montes en las que tanto disfrutamos juntos. Esos paseos, casi en soledad, tu perro y tú. Mirándonos, hablándole o en un silencio únicamente roto por el viento que corría entre las ramas de los pinos. Sin ánimo de ser grandilocuente, fueron momentos mágicos, aunque no tan frecuentes como hubiera deseado ella y yo. El día que se va, cuando percibes que con esa mirada y un último e incomprensible esfuerzo, se levanta, sacude el rabo y acerca su hocico a tu mano; en ese instante antes de dormirse para siempre, te das cuenta de que, muchas veces, no somos merecedores de tanto amor. Hasta siempre Tara, gracias por todo lo que nos has dado.

@felixdiazhdez