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Nelly de León

Lunes de Indianos, hito en la memoria de La Palma, rito tomado del uso de la harina y el talco para marcar la alegría en la igualdad; idea planteada por Gonzalo Cabrera, secundada por familia y amigos e impulsada por el ayuntamiento presidido por Gabriel Duque, hace medio siglo para singularizar el Carnaval imprescindible, catártico y planetario; cita que multiplica el censo de la primera Santa Cruz del Archipiélago y planta a un gentío de todos los colores y orígenes con el código común del atuendo y el deber de la diversión sin riendas, exclusiones ni conflictos, al ritmo de sones, guajiras y danzones cubanos y de las hijuelas mestizas que le crecieron en la pequeña orilla. En 1966 se presentó una propuesta festera que, por sus valores intrínsecos caló en la piel y el corazón del pueblo llano y hoy es una tradición viva, formalmente reglada y sanamente libertaria, en cuanto le cabe todo cuanto la imaginación depara y no le sobra nada salvo lo que atente contra el buen gusto y la libertad del otro. Cada año con mayor fama y participación, esta genuina celebración -recordada por mi colega David Sanz en estas páginas-, desde hace algunos años, tuvo en otros territorios, remedos y sucedáneos que salidos, en algunos casos, de la nostalgia de los palmeros radicados en el exterior y, en otros, de la venial patología del “culo veo, culo quiero”, quedaron en imitaciones sin eco ni fortuna que, paradójicamente, fortalecieron, y fortalecen, la gozosa parodia original, por la poderosa razón de que cada rito tiene tan arraigada su motivación y morfología como determinada su geografía, el escenario propio donde se manifiesta en toda su pureza y esplendor. Fuera de la isla, los Indianos tienen amigos que no sólo acuden siempre con exquisita puntualidad y presentación sino que, a lo largo del año, se convierten en embajadores y propagandistas del evento. Antiguo compañero en La Tarde y alcalde que fue de la Villa y Puerto de Garachico, Juan Manuel (Nelly) de León, encabeza una pintoresca legación de personajes del imaginario colectivo -Popeye, Cantinflas, Fidel Castro, entre otros muchos- y una risueña representación del clero ultramarino, curas y monjas con hábitos misionales, que participan con fraterna emoción del abierto regocijo y lo disfrutan y valoran como “la expresión más original y alegre de los carnavales canarios” que, transcurrido un notable segmento temporal, debe un justo homenaje a los fundadores, partícipes destacados y amigos del exterior que sostienen su pureza y esplendor.