El dardo

Respeto

La lectura en un acto oficial de un inventado y blasfemo Padrenuestro de alto contenido sexual, el asalto escandaloso a la capilla universitaria de la Universidad Complutense, la quema pública de una imagen sagrada, el lanzamiento -en plena ceremonia de comunión- de un escupitajo dirigido a una hostia consagrada, unas declaraciones vejatorias hacia la religión católica, la creación de bautismos civiles y ceremonias rotundamente ateas imitando actos religiosos, la descalificación general de cuantos se sienten creyentes… Son ejemplos lamentables de unas actitudes minoritarias, pero cada vez más frecuentes, que se vienen produciendo últimamente en esta España desorientada y torpe en la que miembros de algunas nuevas corrientes políticas no respetan nada y se comportan groseramente y con altanería. Por añadidura, los autores de semejantes actos incívicos e irreverentes se benefician de impunidades y pasotismos muchas veces bien vistos por una falsa progresía que confunde la libertad de expresión con la agresión y el libertinaje.

Mala, muy mala, senda sigue una sociedad que tolera, indiferente y callada, la práctica de desmanes y tropelías que no respetan las libertades individuales consagradas por la Constitución. Toda persona tiene el derecho de no ser molestada por sus creencias y opiniones, a condición de que las ejerza o exprese respetuosamente. La misma libertad religiosa, como la ideológica y de culto, está garantizada por ley y, lógicamente, es premisa básica para la convivencia civilizada en un país tradicionalmente católico, en el que, no obstante, nadie es obligado a creer o dejar de creer en Dios. Hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce el debido respeto a las creencias religiosas y sus manifestaciones externas con el exclusivo límite de no alterar el orden público. No es de extrañar, por tanto, que la Fiscalía se haya visto obligada a actuar en algunos casos en los que se han podido conculcar distintos artículos del Código Penal vigente relativos a sentimientos religiosos, profanaciones o atentados en lugares de culto. Ni populismos de indignidad, ni insultos u ofensas, ni pérdida de valores y buenos modos; es la hora de la tolerancia y la convivencia armoniosa, con el debido respeto a las ideas y creencias de cada cual.