ÁNGULO 13

Santo Oficio, un oficio poco santo

Por JUANCA ROMERO HASMEN

Nos adentramos esta semana en un tema tan interesante como truculento. La Santa Inquisición, o Santo Oficio, ha trascendido hasta nuestros días, especialmente en las nuevas generaciones, gracias a espectaculares películas, series documentales o novelas de corte histórico. Para hablar de algunos aspectos relacionados con los métodos que estos religiosos utilizaban en sus ajusticiamientos, charlamos con el magnífico periodista y escritor malagueño José Manuel Frías.

-Santo Oficio, ¿tema controvertido?
“Todo lo que tiene relación con alguna sotana por lo menos es bastante delicado. Sobre todo con las sotanas de aquellos dominicans [perros de Dios], que tenían relación con todo lo relacionado con el Santo Oficio”.

-Perros de Dios, una expresión interesante.
“Demuestra bastante la ferocidad con la que en cierto modo hacían mella en aquellos que consideraban herejes, personas normales y corrientes, pero con otras creencias o que confiaban en otro dios, o en otras escrituras, y la verdad es que el cepo de la Inquisición fue lo bastante agresivo como para que merecieran ese nombre, que muy poca gente lo sabe. Dominicans, de dominicanos, significa eso, los perros de dios”.

-La Santa Inquisición, ¿dónde actuaba?
“Inquisición significa investigación, contra todo tipo de herejías y empieza a finales del siglo XII, concretamente en el año 1184, cuando el papa Lucio III, en el Concilio de Verona, establece la práctica de esa Inquisición, o esa investigación contra diferentes herejías. Y donde además se actuaba con una serie de castigos físicos contra esos herejes. Y siempre se hacía mucho hincapié en que la gente del entorno no viera ese tipo de castigos, pero sí fueran conscientes de que se iban a practicar, con lo cual el auto de fe de esa condena pública era voceado a los cuatro vientos. Hablando concretamente del Santo Oficio en España, tendríamos que situarnos ya a finales del siglo XV, 1478, que es cuando comienza el Santo Oficio, dirigido sobre todo a judíos conversos, y también a lo que sería el pueblo árabe, para que de alguna manera no pudieran seguir su fe”.

-¿Estos castigos en el 100% de los casos eran físicos?
“Había siempre sanciones de tipo fiscal, pero unidas también al castigo físico. En muchos casos la Iglesia se aprovechaba de las posesiones, sobre todo en el caso de judíos y árabes. Incluso a la Iglesia le convenía buscar culpables donde no los había, porque iba ampliando sus arcas. Pero siempre había castigo físico. Lo más light dentro de los castigos de la Santa Inquisición, eran los azotes o el cepo, o el llevar lo que se conocía como el tonel, las máscaras infamantes, que era un poco más a nivel de vergüenza pública, el famoso sambenito que incluso se colocaba en las iglesias, con el nombre y el apellido del reo. Es decir, había también un cierto castigo psicológico”.

-¿Existía un tribunal específicamente constituido para esto?
“Sí, exactamente. Siempre que llegaba al oído del Santo Oficio que en una localidad concreta existía algún tipo de herejía, que a veces era individual, o a veces era en grupo, por ejemplo de moriscos, que tenían una especie de clan, en el cual se leía el Corán de manera oculta, y se mantenían rituales islámicos, el tribunal enviaba a una serie de investigadores para que realmente pudieran verificar esa herejía. Entonces cuando llegaban al lugar empezaban a preguntar a la gente, a hacer indagaciones, lo que también era en cierta manera un error; ellos se dejaban guiar mucho por la gente de la localidad, y a veces la envidia de los propios vecinos hacía que uno señalara al vecino de enfrente sin ser culpable. Aunque bien es cierto que tenían un sistema por el cual si se descubría que alguien había acusado injustamente a un vecino, la persona que había acusado falsamente se llevaba el mismo castigo que iba a llevarse el presunto reo. Después de hacer esa investigación, en la cual incluso la persona que había cometido la herejía tenía la posibilidad de autoinculparse para que sus sanciones fueran menores, se constituía el tribunal, se llevaba a cabo el juicio, y finalmente se hacía lo que se conoce como el auto de fe, la sentencia que se hacía de forma pública, y que se hacía a veces en la misma iglesia o en la plaza del pueblo, de modo que todo el mundo escuchara cuál era el castigo que iba a llevarse esa persona o personas”.

-¿Realmente existía la condena a muerte, o morían durante las torturas?
“Condenas a muerte ha habido muchas, pero luego no se cumplían. Siempre se daba la posibilidad de que la persona, cuando estaba en algunas de las sentencias más graves, que eran las sentencias a muerte, en el momento de ir a fallecer todavía podía arrepentirse. El Santo Oficio le da mucha publicidad al tema, quizá para asustar a la gente, y pretender que no cometieran ese tipo de actos presuntamente aberrantes”.

-Un religioso preparando máquinas de torturas, maquinando como mejorarlas… ¿tétrico, verdad?
“Poco a poco se fue haciendo maquinaria mucho más aterradora, porque al principio sobre todo eran azotes, el cepo, que también era algo muy común, pero poco a poco se fueron dando cuenta de que el terror manejaba bien a la gente, y entonces se fueron ideando sistemas, que cuando uno lo contempla, en alguna exposición relacionada con la Inquisición, esas maquinarias realmente causan pavor. Una de las que más miedo me ha causado es la dama de hierro. Te encuentras con una especie de ataúd, de forma vertical, y cuando lo abres, ves que está surcado de pinchos muy afilados, para que la persona se metiera dentro, y se le clavaban todos. Pero además lo hacían de modo que la persona no muriera. Eran clavos que no entraban profundamente en la piel, pero sí atravesaban un poquito. Con lo cual, por el dolor que sentía la persona seguramente hubiera deseado que esos clavos llegaran a su interior y al corazón y muriera en ese momento para evitar el sufrimiento. Luego lo superabas, y seguían con otro tipo de sistemas”.

-¿Y la llamada cuna de Judas?
“Es una especie de punta afilada, de plataforma casi a modo de pequeña pirámide. Cogían a la persona, la ataban por medio de cuerdas y poleas, y la colocaban con los brazos y las piernas hacia arriba. Una vez colocado sobre la cuna de Judas, iba descendiendo colgado por las cuerdas, con lo cual los genitales tocaban la parte más alta, la parte punzante de la pirámide”.

-Otra verdaderamente llamativa es la conocida como cura de agua.
“Se ponía a la persona sobre una especie de camilla o plataforma, y se le metía lo que es un trapo hasta la garganta. Ese paño hasta el fondo por supuesto, con la consiguiente sensación de ahogamiento, y empezaban a verter jarros de agua, con lo que ese paño se iba engrosando cada vez más. Había veces que podías fallecer, si la cantidad de agua era muy grande. Y además cuando ya habían terminado la función, cogían el paño y pegaban un gran tirón. Cuando ese paño se te había quedado ya casi atascado en la garganta más profunda, y al pegar el tirón, producía cortes, heridas. Y había personas que fallecían, más que por la tortura en sí, por las infecciones que luego provocaba este tipo de sistemas tan cruentos”.

-¿Se distinguía entre mujeres y hombres a la hora de castigar?
“Había distinciones. Por ejemplo con las brujas, se ataban a un madero vertical y se les prendía fuego. Otro muy curioso era conocido como el taburete, en el cual por medio de una serie de poleas, a la bruja se le ataba a una especie de silla, y esa silla se sumergía en un río durante varios minutos debajo del agua. Había veces en las que la presunta bruja o bien fallecía por la bajada de temperatura o bien porque se ahogaba. Muchas veces lo hacían incluso sin silla. La lanzaban al agua, y decían, bueno si realmente la mujer no ha cometido ningún tipo de culpa, Dios aparecerá y la sacará del agua. Pero había otros métodos como la pera anal o el desgarrador de senos”.

-Estos personajes tan conocidos en la historia, ¿aplastaban cabezas también, verdad?
“Claro, el aplastacabezas es otro sistema, de los que ya mataban directamente a las personas, eran ajusticiamientos puros y duros, aunque a veces se permitía que la persona confesara en el último momento. Metían la cabeza en una especie de plataforma, el cráneo quedaba totalmente en un aparato que se ponía encima, con un sistema que se accionaba con una rueda, iba bajando esa plataforma, a modo de torniquete, te iba aplastando, hasta que finalmente reventaba el cráneo y la mandíbula. Y luego si seguían girando la rueda, salía el cerebro a través de las cuencas oculares, los ojos salían también hacia afuera”.

-Supongo que entre estas prácticas para causar la muerte, existirían también las más conocidas, como la guillotina o la horca.
“Sí, comunes también al ambiente religioso y el civil. Quizá yo creo que, dentro de las maquinarias que existían, la guillotina era la que provocaba menos dolor; bajaba la hoja y rebanaba, por supuesto de manera rápida, el cuello. El caso de la horca era algo más incómodo, pero esta se usaba más a nivel civil”.

-¿El verdugo pertenecía a la orden eclesiástica? ¿O era un civil que tenía esa labor?
“Por lo que tengo entendido, no era de ninguna orden, sino que era contratado a tal efecto, y no muy apreciado en la localidad donde habitaba, precisamente por la labor que llevaba a cabo. Eran personas que tenían que poseer una forma de ser radicalmente distinta a la del resto de la sociedad, porque no todo el mundo podía causar este tipo de daños a las personas. Pero no solo la figura del verdugo, que era la mano de obra, sino también estaban presentes los miembros de la orden concreta, en este caso dominicanos, que observaban desde cerca todo el proceso, porque esperaban la confesión de la persona. Ellos también tenían que ser poseedores de la misma capacidad de aguante”.