domingo cristiano

Según las escrituras

Sería imposible contar las veces que he escrito en este mismo espacio semanal sobre la simplicidad de la fe. No me refiero a que creer sea algo banal, poco elaborado o insignificante. No es que yo suscriba aquello de que la fe es opio, ni el reflejo de un estado primitivo de la consciencia, ni un artificio para explicar por qué sale el sol cada mañana. No es eso. Lo que subrayo es que un creyente maduro tiene que saber distinguir lo que forma parte esencial de sus creencias de lo que, aun bueno y hasta recomendable, es optativo y fruto del caminar en la Historia. Hay quienes no separan el corazón de Dios del polvo del camino, y eso sólo conduce a ser un talibán del cristianismo. Resulta descorazonador que haya quien coloque a la misma altura una tradición y una verdad. Y quien dé la misma importancia a un hecho circunstancial, como es ir vestido de cura si lo eres, que a un encargo inseparable de la fe en Cristo, como puede ser el ejercicio de la misericordia, por ilustrar con dos ejemplos. No creo que esté exagerando. Aunque el pensamiento no elabora con tanta rotundidad este desatino, la experiencia desenmascara a quien vive buceando en tamaño exceso. Y tratando de contagiarlo, que es peor. Y sintiéndose heroicos guardianes de la verdad verdadera. De entre ellos, los hay hasta con formación teológica y responsabilidades sobre otras personas, lo que es ya un naufragio total. No es de extrañar que muchos lejanos no se acerquen a nosotros si a la procesión a sanpicopato le concedemos la misma centralidad que a la encarnación del Verbo. Al menos en la práctica cotidiana y en el discurso ordinario. Y lo mismo sucede cuando convertimos en objeto de división lo accesorio y provisional. En este contexto, la voz de san Pablo resulta liberadora: “Lo que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los doce…”. El apóstol busca no mezclar tradiciones, costumbres, ocurrencias con lo central de la fe: que Dios se ha hecho carne, que se ha entregado al mundo hasta la muerte y que la ha vencido, el primero de todos. Y lo demás tiene importancia en su justa medida. Por eso usa la solemne expresión “según las Escrituras”, que sólo se utiliza para dar fe de los hechos probados e importantes que merecen ser pasados de una generación a otra. Simplicidad. Es más que una palabra. Es un compromiso con la libertad interior, con la emancipación de las supersticiones y los arrebatos de iluminados. Nuestra fe es simple, que no intrascendente. Llana, limpia, transparente. Nuestra fe es Jesucristo. Y luego vienen las otras cosas importantes, y las convenientes, y las apropiadas. Y las que tendrían que ir desapareciendo, porque ya no ayudan.