el charco hondo

Héroes

Poseedores de valores y virtudes, espejos a los que asomarse, los héroes modernos son, además, invisibles. Atrás quedó la parafernalia que los envolvía antes o después del feudalismo, o el estereotipo hollywoodense. Los héroes actuales pasan de largo, desapercibidos. Alérgicos al exhibicionismo, tienen en la discreción una de sus principales cualidades. La heroicidad la ejercen con absoluta normalidad, sin aspavientos. Hacen que lo extraordinario parezca doméstico, ordinario. Conscientes o no de su heroicidad, lejos de los alardes medievales hacen cosas que siglos atrás habrían sido eternamente noveladas
-según Savater, ejemplifican con su acción la virtud como fuerza y excelencia-. Protagonizan actos tan admirables como regalar horas saliendo de casa un sábado para acercarse a la sede del PSOE, a pronunciarse sobre los pasos que Pedro Sánchez ha dado estas semanas. Quienes así lo hicieron no son militantes, son héroes capaces de tomarse la molestia de participar en una consulta a sabiendas de que la convocatoria era tan absurda como inútil (¿acaso es descabellado concluir que el 50% que no votó ha dado la espalda a Sánchez?). Hay otros. Hay héroes de un dios menor que, demostrando una paciencia solo comparable con su indómita novelería, suben en las guaguas del Cabildo a ver la nieve. Ahora bien, héroes, lo que se dice héroes mayúsculos, míticos, legendarios, son esos a los que las futuras generaciones recordarán como Los 7.000 de la Llagostera, siete mil aficionados muy capaces de dejar atrás almuerzo, sobremesa y siesta para ir al estadio hace dos domingos -con más nubes que claros, a las tres de la tarde- a zamparse un Tenerife-Llagostera. Si mérito tienen los militantes socialistas o quienes subieron a la nieve este fin de semana, el valor de Los 7.000 de la Llagostera es ya leyenda; bien haría el club condecorándolos y, sobre todo, encargándose de que su gesta no caiga en el olvido cuando la grada vuelva a llenarse.