el charco hondo

Sánchez

Se emitió a mediados de los ochenta, entre 1983 y 1985. Marcado por la actitud estudiadamente ácrata de Fernando García Tola -fue un libertario de salón-, por el programa desfiló un ejército de anónimos cargados de quejas, peticiones o medidas que, a juicio de los espontáneos, el Gobierno debía adoptar, hacer suyas y materializar. Por allí rondaron ciudadanos de a pie; y, junto a ellos, representantes sindicales o líderes políticos. Krahe, Alberto Pérez o Sabina -brujos de aquel malditismo- se encargaron de ponerle banda sonora. El discurso de Pedro Sánchez, ayer, y el programa de García Tola, hace ya treinta años, resumen idéntica atmósfera y espíritu, Si yo fuera presidente. Reiterativo con algunas ideas-fuerza y en su lamento de insuficiencia, no podía escapar la intervención de Sánchez al imposible que lo empapa. Ayer no escuchamos lo que Sánchez se compromete a hacer cuando sea presidente, sino lo que el candidato haría si él fuera presidente. La ausencia de sentido de este debate contagió a un discurso mejor escrito que leído, en el que detalló ese catálogo de incontestables -genérico, resbaladizo, cool, y en según qué casos irrealizable- que resume su acuerdo con Ciudadanos. Con el hilo conductor de una actuación descaradamente catódica describió el país que los telespectadores quieren oír. Sabiéndose con la votación perdida, Sánchez protagonizó el acto que abre la siguiente campaña electoral. Ha ido al Congreso para ser investido secretario general, no presidente. Este acuerdo no es el resultado -dijo- sino parte de la operación, afirmación que envolvió con una invitación desesperada al agónico territorio de la próxima semana. Con Rajoy conjugándose en un pasado cada vez más imperfecto (hoy le caerán encima; echarse a un lado no era la receta), Sánchez promovió como pegamento un plebiscito sobre el PP. No cuela. Acabarán bajándole el telón porque, como ocurrió con Si yo fuera presidente, la capacidad para imaginar es finita.