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Gente cabreada

Me contaba ayer una dependienta que la gente anda muy cabreada. Yo atribuí el mal humor a la epidemia y al inicio de un periodo, con la inminente Navidad, de falta de perras. Me decía la joven que dos tipos se habían peleado por un turno para entrar en una tienda de telefonía y tuvieron que intervenir los seguratas, porra en ristre. La pobre chica, estresada al máximo, se lamentaba de la violencia imperante y clamaba por el sosiego. No crean, yo agarro notables calenturas. Esta mañana le grité a uno que estornudaba sobre la pantalla del cajero de La Caixa: “¡Oiga, que yo después pongo ahí los dedos!”. El tipo me miró con mala cara y en cuanto desapareció de mi vista bajé con un spray y lo desinfecté, teclas y pantalla incluidas. Esto de la pandemia está cambiando el humor de la gente corriente, porque el humor de los políticos estaba ya alterado; a peor, claro. En Finlandia han adiestrado perros que detectan el coronavirus, de manera similar a los canes que perciben el olor de las drogas. Para el combatir el coronavirus lo mejor es salir de casa lo menos posible, aunque es muy malo no salir nada. Entonces se te hinchan los pies y te entra el cujún cujún de Pepe Monagas y hasta puede que des el toletazo. Nadie como el gran Pancho Guerra, autor de los cuentos, interpretados por Pepe Monagas, retrató al canario. ¿No me digan que no es genial el “¿me conoces, Manuelito?”. Se lo repetían tanto, a ver si Manuel estaba mejor, que el enfermo creyó que estaban celebrándose los carnavales. No me digan nada cuando le entraron diarreas a maestro Gregorio, fue a comprar Fortasec, pero dejó la raya canela en el piso. “Sígala, hombre”, le contestó, todo regañado, a un propio cuando éste le preguntó dónde podía encontrar una farmacia.

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